La eternidad no está de más (François Cheng)

Losada
Redacción Llibres - 2017-03-06
Una caricia constituye el momento central de este exaltado relato de amor: dos manos se acarician, y las leyes físicas dejan de regir, y el tiempo se deshace en tramos que amalgaman el devenir y el pasado, el presente y la eternidad. Son las manos de dos amantes secretos, el médico y adivino Dao-sheng, y la esposa del cacique del lugar, Lan-ying, que han esperado treinta años a consumar este casto contacto que esconde, sin embargo, la pasión en su estado más puro, el deseo traspasando los disciplinados cuerpos, la ardicia incesante de un sentimiento superior. La escena tiene lugar en la remota China, en los tiempos en que la dinastía Ming comienza su declinar. La privación a la que, por el ambiente recatado y represivo que les rodea, han tenido que someterse los amantes no ha mermado su inaudita felicidad, nutrida sólo de un místico impulso de adorar al otro sin ansiedad, así haya de ser en la distancia o de manera oculta o clandestina. Como una extraordinaria lección taoísta de paciencia amorosa, “La eternidad no está de más” se sitúa en la estela de las más conmovedoras historias de amor de nuestra cultura (Tristán e Iseo, Dante y Beatriz, Abelardo y Eloisa), gracias al estilo literario de Francois Cheng, lleno de sutileza y de profundidad, tan exacto y sugerente como las pinceladas de un maestro de pintura china. El prestigio del amor, la extraña extraña locura que sirve de combustible al mundo, la fiebre erótica que hace que la vida persevere, crece con esta novela mayor, una obra sabia y violenta a la vez, que puede valer para muchos como ejemplo de iniciación efectiva al verdadero tumulto amoroso.
François Cheng es un escritor, traductor y calígrafo sinofrancés (Nanchang, 1929). Tras licenciarse en la Universidad de Nankín, se estableció en París junto a su padre, especialista en ciencias de la educación de la UNESCO, y se dedicó al estudio de la lengua y la literatura francesas. Siguió a su familia en su traslado a EE. UU., pero a finales de los cincuenta él regresó a Francia, donde en 1960 obtuvo un puesto en el Centre de linguistique chinoise. Al mismo tiempo se dedicó a traducir a los gandes poetas franceses y chinos, y concluyó su tesis doctoral. En 1969 obtuvo un puesto en la Universidad de Paris VII, y a partir de ese momento se consagró a la enseñanza y la creación. En 1971 se nacionalizó francés. 
Aparte de su trabajo de traducción poética, su producción se dedicó principalmente al pensamiento y la estética chinos, las antologías narrativas y poéticas, y la caligrafía. Entre su obra, ganadora de abundantes premios, destacan Shitao, la saveur du monde (1998 , Premio André Malraux), Double chant (1998 , Premio Roger Callois), y su primera novela, Le dit de Tianyi (Premio Femina 1998). En 2001 le fue concedido el Grand Prix de la Francophonie por el conjunto de su obra. En 2002 ingresó en la Academia francesa.