Jhumpa Lahiri sostiene que hace apenas cinco años no hubiera sido capaz de vaticinar lo que iba a estar haciendo hoy. "Supongo que la libertad de ser artista incluye no planificar nada en absoluto -reflexiona-. Uno sigue su inspiración y esta te lleva a un sitio u otro". De ascendencia bengalí, esta escritora nacida en Reino Unidos vive ahora a medio camino entre Roma y Estados Unidos, donde imparte clases en la universidad. Es autora de varios libros de relatos, como “Tierra desacostumbrada” o “El intérprete del dolor”, por el que obtuvo el premio Pulitzer, y ha publicado las novelas “El buen hombre” y “La hondonada”. Nómada, en parte, del lenguaje, su último libro “Donde me encuentro” (Lumen), es su segunda obra escrito en italiano. En ella cuenta la historia de una mujer adulta, que "conversa con los otros, consigo misma y con los lugares", describe. Una voz que se debate entre la disyuntiva de permanecer quieta o moverse y arriesgarse a cambiar de vida. - Escribe, de hecho, sobre una mujer altamente influenciada por el entorno, ¿qué importancia tienen los lugares para usted? - Pienso que los espacios de alguna manera la definen. Los espacios proporcionan una especie de estructura a su día a día, como nos ocurre a cualquiera de nosotros. Todos los días hacemos un viaje de diversos espacios. En su caso el espacio la define de una forma más profunda porque se conecta muy directa y profundamente con él. - Ha comentado que estar sola es el elemento clave que distingue a su protagonista, ¿hay cierto tabú en la soledad? - Sí, eso formaba parte de mi curiosidad cuando me puse a construir su personaje. Quería imaginarme cómo sería no tener mi vida, no tener mis hijos, no estar casada. Tengo muchos amigos y amigas que viven una vida muy completa pero no han optado por lo mismo que yo y me producía curiosidad.
"Sigo escribiendo sobre la soledad, sobre sentirse diferente, los estados de aislamientos, la extrañeza..."
- Nacida en Reino Unido, de padres bengalíes, este es el segundo libro que escribe en italiano, ¿cómo decidió aventurarse a cambiar de idioma? - En “En otras palabras” doy una explicación más larga y más completa sobre qué es lo que me llevó a llegar a un nuevo idioma, a querer expresarme con él, a separarme de esa especie de dualidad entre el inglés y el bengalí, que son los idiomas que yo tenía, y elegir el que yo quería usar. En lugar de mantener un idioma, que es el que tengo que aprender y adoptar, se convierte en un idioma que he elegido yo. - ¿Y no le supuso una dificultad añadida al proceso literario? - Es una opción con la que algunos escritores también se pueden identificar. Algunos, de hecho, sienten la necesidad de escribir en otro idioma mientras que para otros sería una pesadilla. Pero escribir en otro idioma, para los escritores, es el equivalente a viajar, a trasladarse a otro país. Si uno cambia de lugar se traslada hacia otro idioma. Y esta es una gran aventura pero también es un riesgo. Un riesgo que, desde luego, no seré la primera persona que lo ha asumido. Toda mi vida he leído, estudiado y admirado a escritores que ya lo habían hecho antes que yo y parece que con el italiano se convirtió en algo posible para mí. - ¿El idioma nos define? ¿Existimos, de algún modo, en él? - Puede ser. En mi caso no es así. Porque yo creo que el idioma es identidad, creo que es la parte más profunda de nuestra identidad de hecho, pero si uno no se siente al cien por cien dentro de un idioma hay una parte de uno mismo que siempre está fuera. Entonces la identidad de esa persona se convierte en una identidad híbrida, que está en muchos lugares y todos son importantes. - En “Donde me encuentro” construye además una historia de desapego, ¿es difícil romper con lo que nos ata? - Creo que este es el pequeño conflicto del libro, es la idea de la separación, especialmente de la separación de las cosas con las que hemos crecido. De alguna manera, desarrollamos ese apego a los objetos y también a las personas. Si uno se mueve mucho, viaja mucho, uno se vuelve muy consciente de ello. Y, por un lado da pena, pero por otro puede ser muy bueno. - Incluso plantea la disyuntiva entre quedarse quieto y conformarse o moverse y cambiar, ¿no? - La gente se queja siempre de lo que tiene y, cuando cambia de entorno, de lo que no tiene. Es un fenómeno bastante fascinante. Yo crecí con gente que siempre echaba de menos lo que no tenía y no apreciaba lo que sí. Hay muchas posibilidades en torno a esta insatisfacción. Cada persona es diferente y cada uno busca experiencias, o no, se plantea preguntas distintas y reacciona de manera diferente, pero cuando se saca a alguien de su propio entorno, siempre pasan cosas muy interesantes. - Su protagonista se pregunta si existe un lugar donde no estemos solo de paso, ¿existe? - Los lugares con los que deberíamos estar conectados son múltiples. Escoger un único lugar es un tipo de apego que es poco saludable. Elegir un único sitio puede incluso dar lugar a derivas políticas.
"Quería imaginarme cómo sería no tener mi vida, no tener mis hijos, no estar casada".
- Y ya que menciona la política, vive entre Estados Unidos e Italia, ¿cómo lleva la política que impera en sus dos países? - No muy bien. La situación es cada vez más alarmante. Pero tengo la esperanza de que esta deriva pase y que recuperemos una actitud más abierta y de aceptación. Menos enraizada en el miedo. Del modo que el mundo y nuestra civilización pueda seguir avanzando porque todos los movimientos de avance son el resultado de dos cosas que se unen y que producen algo nuevo, nuevas fortalezas, nuevos idiomas, nuevas perspectivas… Si siempre si seguimos estáticos, y no hay movimiento ni cambio, no fermenta nada. - En este sentido, ¿viajar y estar en contacto con culturas distintas, como es su caso, ayuda? - Sí, pero no necesariamente. Conozco a mucha gente que ha hecho eso y tiene una mente muy cerrada. Hay personas que viven en el extranjero que no tienen esa apertura, esa capacidad. No creo que esté conectado, no. Es una actitud, es algo que tenemos dentro, en la mente. Viajar siempre es iluminador pero hay mucha gente que viaja por todo el mundo, como un personaje, de hecho, que hay en este libro que ha viajado por todas partes pero sigue siendo una persona horrible, sigue siendo un arrogante y no ha aprendido nada. - Hace ya veinte años que publicó “El intérprete del dolor”, el libro de relatos con el que ganó el Pulitzer, ¿cómo recuerda aquel momento? - Fue muy inesperado y bastante sorprendente. Pero, ¿sabes? Casi que me entristeció, parecía demasiado y demasiado pronto. Y yo lo llegué a cuestionar. Cuestioné la atención prestada a ese libro y la atención prestada a mí también. Fue un momento extraño en mi vida. Lo agradecí y lo agradezco, pero creo que me hubiera hecho más feliz si lo hubiera recibido más adelante. - Desde entonces, como escritora, ¿cómo siente que ha sido su evolución? - Claramente mi escritura ha cambiado. Pero también se mantiene igual. Porque sigo escribiendo de lo mismo. Sobre la soledad, sobre sentirse diferente, los estados de aislamientos, la extrañeza... Estos han sido mis temas y seguirán siéndolo. Obviamente también he experimentado diferentes formas de expresar estas ideas. Y ahora con el uso del nuevo idioma siento que he dado un giro bastante radical de alguna manera.