El escritor chino Qiu Xiaolong, conocido en occidente por sus novelas policíacas, conviene que tanto él como su ‘alter ego’, el inspector Chen, y la sociedad china han perdido los ideales y hoy día son “más cínicos y sin ganas de luchar” en comparación con hace 30 años. Se refiere así a la transformación que han vivido escritor, personaje y país exactamente tres décadas después de la masacre en la plaza de Tiananmen, uno de los asuntos más delicados para las autoridades chinas a día de hoy. “Hace 30 años, la gente era más idealista y quería cambiar las cosas. Ahora, la gente, como mi personaje protagonista o yo mismo, ya no somos tan optimistas, somos más cínicos y estamos más desilusionados”, señala Qiu, afincado en Estados Unidos y cuyos libros están protagonizados por el detective-poeta Chen Cao y se desarrollan en Shanghái, la ciudad en que nació en 1953. Entrar en sus novelas, que retratan las turbias relaciones entre la actividad de investigación policial y el Partido Comunista Chino, permite descubrir el lado oscuro de ese Shanghái de los 80 bajo el régimen de Deng Xiaoping, donde ocurren crímenes y otros delitos que se intentan solucionar desde el poder.
“Hace 30 años, la gente era más idealista y quería cambiar las cosas", sostiene el escritor chino.
“Mis obras no tratan sólo de quién mató a quién. Son crímenes que se interrelacionan con la corrupción, con la contaminación y con la enajenación mental… lo importante es en qué entorno tienen lugar tanto el crimen como su investigación”, asegura el autor en una librería de Beijing en la que dio una charla sobre su obra. “Espero que sirvan como ventana a todo lo oculto que sucede en China”, dice Qiu, que reconoce las influencias en su obra de autores europeos como el español Manuel Vázquez Montalbán, el italiano Andrea Camilleri o los suecos Mak Sowall y Per Wahloo, quienes le abrieron las puertas a “exponer el mal” de las sociedades contemporáneas mediante el género negro. Pero el escritor incide en que la realidad del gigante asiático es “compleja” y que a veces se siente confuso porque ve que el país “mejora” al tiempo que revela un “derrumbe moral” y “tendencias materialistas” que “tienen un coste” todavía por descubrir. “Hoy, a los jóvenes no les importan todas estas cosas, muchos se contentan con hacer bromas en las redes sociales. Lo importante es hacer dinero y me preocupa, ya no hay ganas de luchar”, agrega. Pese a reconocer que tiene una “responsabilidad social”, el novelista confiesa que la censura le ha alcanzado muchas veces, y que sus editores han tenido que “traducir y re traducir”, y él aceptar “cortes y ajustes” para poder publicar sus libros en China.
“Mis obras no tratan sólo de quién mató a quién. Son crímenes que se interrelacionan con la corrupción, con la contaminación y con la enajenación mental".
De hecho, una de sus novelas fue “adulterada” por un censor que quitó del texto toda referencia a Shanghái para ambientarla en una denominada ciudad “H”, para que pudiera ver la luz. Qiu incide en que no vive en China desde 1988 cuando viajó a Estados Unidos para hacer un trabajo de fin de carrera de estudiante que iba a durar un año, pero terminó quedándose. Al año siguiente se produjeron las revueltas estudiantiles de la plaza de Tiananmén, momento en que las autoridades chinas le incluyeron en una lista negra y paralizaron la publicación de un libro suyo de poemas que estaba a punto de entrar en talleres. “Espero que en un futuro cercano los chinos puedan hablar sobre todo aquello con naturalidad. Nadie, ni siquiera uno mismo, debe decirte qué se puede o qué es deseable escribir”, señala Qiu, hijo de un reprimido de la Revolución Cultural y traductor al chino de T.S. Eliot, Joyce, Faulkner y Conrad, entre muchos otros. El narrador anuncia que en su próxima aventura busca la manera de mezclar las peripecias del inspector Chen con otro caso ambientado en los tiempos de la dinastía Tang (618-906) donde entonces, como ahora, “no hay investigadores privados ni independencia judicial, sino funcionarios de alto rango que dictan todas las reglas”. En ese sentido, el autor defiende que “la literatura clásica china está muy vinculada a la poesía” y que por eso en casi todas sus obras hay referencias o transcripciones de poemas. “El amor por la poesía nos humaniza”, concluye el autor, cuyas novelas han sido publicadas por la editorial Tusquets: Muerte de una heroína roja, que obtuvo el premio Anthony Award en el 2001; Visado para Shanghai, Seda Roja, El caso Mao y El crimen del lago.