El gato de Natsume Soseki se burla del “Go”

En su maravilloso libro “Soy un gato”, el escritor japonés dedica una desopilante descripción a uno de los juegos más tradicionales de Asia. “Es un cachivache de lo más extraño”, empieza.
Redacción Llibres - 2017-02-06
El Go es uno de los juegos de tablero más antiguos del mundo. Originario de China, se remonta a unos 3000 años y fue introducido en Japón en el siglo VIII, donde se convirtió en el preferido de la Corte Imperial, del clero budista y de los samuráis. A partir del siglo XVII el gobierno del Japón financió la actividad profesional del GO y creó una serie de escuelas cuya rivalidad constituyó la base de la hegemonía de Japón en este virtual arte.

A continuación podríamos continuar con una interminable explicación de las reglas de juego, las características del tablero y las piedras que se utilizan. Pero seguramente, será más interesante rescatar la desopilante descripción de Natsume Soseki en su maravillosa novela “Soy un gato”:
"Los devotos de este extraño culto se enzarzan en un griterío confuso cuando alguno de esos ridículos y diminutos objetos corre peligro, escapa, se le atrapa, se le elimina o se le rescata".
“Como mi mundo se limitaba a la casa del maestro e inmediatos alrededores, aquella era la primera vez que veía un tablero de “go”. Es un cachivache de lo más extraño, algo en lo que ningún gato, por muy sensible que sea, podría siquiera llegar a imaginarse: se trataba de una tabla cuadrada, dividida en una miríada de cuadraditos más pequeños, en los que los jugadores colocaban piedritas blancas y negras a la buena de Dios, de tal manera que los ojos acaban por bizquearte al menor descuido. 
Una vez empieza el juego, los devotos de este extraño culto se enzarzan en un griterío confuso cuando alguno de esos ridículos y diminutos objetos corre peligro, escapa, se le atrapa, se le elimina o se le rescata. Y todo ello tiene lugar en un espacio tan reducido, que si se me ocurriese plantar mi pata delantera en él, sin duda provocaría un irreparable destrozo. 

Como Dokusen bien sabría, dado su conocimiento de los compendios de sermones Zen, “uno junta hierbas para construir un templo, y al cabo del tiempo, cuando ya ha desaparecido, se da cuenta de que debajo de su planta está el mismo suelo de siempre”. En el caso del tablero de “go”, lo primero que se hace es colocar las piezas dentro y luego se las saca fuera. Un juego absurdo. 
"El ´go´ es un producto perverso de la mente del hombre, y, por lo tanto, refleja su espíritu, tan estrecho de miras como las minúsculas casillas y tan abigarrado y confuso como el desbarajuste de piezas que se monta en el tablero a poco que te descuides".
¿No será más inteligente dejarlo todo vacío de principio? Vaya pérdida de tiempo y de energía… Sería más fácil quedarse de brazos cruzados mirando el tablero, puesto que al final las piezas van a acabar igual que empezaron. En las primeras fases del juego, mientras las treinta o cuarenta fichas están más o menos en orden, la cosa no reviste demasiado problema. Pero en el momento en el que el juego se acerca a su clímax, el desbarajuste de piezas blancas y negras constituye una ofensa a una mente civilizada.

Las piezas están tan apretadas las unas contra las otras que chirrían y se amontonan en una especie de desordenado cónclave. Uno teme que las que están más cerca de los bordes del tablero, se caigan al suelo de un momento a otro. Todo lo que pueden hacer es permanecer inmóviles durante un rato y esperar confiadas a su suerte. 

El “go” es un producto perverso de la mente del hombre, y, por lo tanto, refleja su espíritu, tan estrecho de miras como las minúsculas casillas y tan abigarrado y confuso como el desbarajuste de piezas que se monta en el tablero a poco que te descuides. De esa apretada concentración se puede deducir fácilmente esa antipatía tan humana por los espacios abiertos, su irremediable propensión a reducir el universo a lo puramente local, y su pasión por las limitaciones territoriales encuadradas en diminutas fronteras que nunca se atreven a traspasar si no es con ánimo beligerante. Se regodean en los rigores de su constricción, en las dolorosas inhibiciones de su elección.

Resumiendo, cuando uno observa el juego de “go”, descubre que el ser humano es, más que otra cosa, un auténtico masoquista”.

(Soy un gato, de Natsume Soseki. Capítulo 11)