«Si se para a pensarlo —continuó el director—, un genio matemático, alguien que desde la infancia había estado en contacto íntimo con la interpretación de los sueños, un hombre que había estudiado la filosofía china y el pensamiento occidental, y que había explorado las complejidades de la mente humana, era alguien que tenía un don y había nacido para ser criptógrafo.» Rong Jinzhen es un chico fuera de lo común: educado por un extranjero en la China de los años veinte, vive una infancia solitaria, sumergido en su propio mundo. Pero pronto desarrolla un don que lo hace extraordinario. Rong puede ver lo que nadie más ve, sus conocimientos van más allá de lo que una persona corriente puede entender. Convertido en un genio de las matemáticas conocido en todo el país, Rong es obligado a abandonar su carrera académica cuando es reclutado por el departamento de criptografía del servicio secreto chino. Atrapado en las grietas de un sistema terrorífico, se convertirá en el mayor descifrador de códigos del país, pero deberá enfrentarse a un reto que nadie ha podido superar hasta el momento, poniendo a prueba los límites de la razón y la cordura. ¿Dónde acaba la genialidad y empieza la locura? Inusual, inclasificable, original, absorbente, fascinante, extraordinario y adictivo, El don, el mayor fenómeno literario en China, ha entrado por la puerta grande en su conquista de Occidente recibiendo el aplauso unánime de la crítica internacional.
Mai Jia nació en 1964 en un pequeño pueblo de montaña, cerca de la costa meridional de China. En 1981 se alistó en el ejército y cursó estudios de radiocomunicaciones en la Academia de Ingenieros, así como de escritura creativa en la Academia de Bellas Artes del Ejército Popular de Liberación. Empezó a escribir novelas en 1986 y siguió haciéndolo de manera relativamente anónima durante dieciséis años, mientras llevaba una vida itinerante y bastante curiosa, desplazándose entre seis ciudades. Pese a ser militar, sólo disparó seis balas en diecisiete años. Pasaba el tiempo estudiando matemáticas, creando sus propios códigos y desarrollando un juego de mesa matemático, todo ello llevado por las historias que escribía. Vivió en el techo del mundo, el Tíbet, durante tres años, y en ese tiempo leyó solamente un libro.