El amor de Albert Einstein por Japón fue a primera vista, intenso y correspondido. No fue sólo su sociedad sino el alma de sus habitantes lo que lo cautivó. El físico se embarcó hacia la nación nipona en 1922, desde Marsella, en una gira que lo llevaría a diferentes países. Cuando desembarcó en Japón, el 17 de noviembre, lo esperaba una multitud ansiosa por ver a una de las personas más famosas del planeta. Había una “Einsteinmanía”. Los auditorios en los que expuso su trabajo científico se llenaban en su totalidad. Era la primera vez que el científico pisaba Japón y en un diario personal que escribió (no para ser publicado) dejó ver sus impresiones sobre sus anfitriones. De la mano de Ze’ev Rosenkranz, editor de “Los diarios de viaje de Albert Einstein: el Lejano Oriente, Palestina y España 1922-1923″ (“The Travel Diaries of Albert Einstein: The Far East, Palestine, and Spain, 1922 – 1923”), la cadena de noticias BBC Mundo se adentro en un Einstein sin filtros, en un Einstein más introspectivo que reflexiona sobre “su propia identidad y la de los demás“. Rosenkranz es el director asistente del Einstein Project Paper, un proyecto del Instituto de Tecnología de California que ha reunido, traducido y publicado miles de documentos del Nobel alemán y que cuenta con el patrocinio de la Universidad de Princeton de Estados Unidos y la Universidad Hebrea de Jerusalén. El padre de la teoría de la relatividad expresó su admiración por la elegancia de los japoneses y por la delicadeza de sus modales. “Pensaba que la sonrisa y la personalidad japonesas eran muy misteriosas“, señala Rosenkranz.
“Una vida humilde y tranquila trae más felicidad que la persecución del éxito y la constante inquietud que implica“, escribió Einstein al mensajero del hotel.
“Llegó a comparar el temperamento de los japoneses con el de los italianos, lo cual resulta muy interesante“, dice el editor. “Después de tres semanas de estar en Japón, Einstein declaró su amor por el país, especialmente por su arquitectura, sus viviendas, sus templos, sus jardines“, reveló el académico. Estaba encantado con la belleza del paisaje y notó que los japoneses se encontraban “unidos en armonía con la naturaleza y eso se expresaba en su arte“. “Quedó extremadamente impresionado con las artes, especialmente las visuales“, indica el historiador. “Einstein tuvo múltiples identidades: como alemán, como suizo, como judío, como europeo y como occidental“, indica Rosenkranz. “En sus diarios de viaje vemos que era muy europeo en sus actitudes y opiniones“. Y así fue como el creador de la teoría de la relatividad vio a Japón y a los otros países que visitó: con un lente europeo. “Algo que es realmente interesante es que sus diarios revelan una clara discrepancia entre sus pronunciamientos públicos, que eran progresistas y humanitarios (que invitaban a la tolerancia), y algunos pasajes de sus notas privadas, en los que expresaba prejuicios y estereotipos sobre las personas que conoció“, indica el experto. También “hizo una advertencia para que Japón no se volviera demasiado occidentalizado y materialista“, señala Rosenkranz. “No quería que Japón estuviera influenciado por el carácter materialista de las sociedades occidentales” menciona Ze’ev Rosenkranz. Y es que, para Einstein, los japoneses, cuya modestia lo cautivó, eran “menos ostentosos y materialistas que los occidentales“. Tenía una posición ambivalente, explica el experto. Por una parte se mostraba precavido para que Japón no adoptara ciertos valores occidentales y, por otra parte, quería que ese país acogiera la ciencia y la educación occidental. Un aspecto de la sociedad japonesa que atrajo a Einstein es lo que él describió como la armonía social. De acuerdo con Rosenkranz, el científico notó con admiración que “el individuo subsumía sus necesidades a las del colectivo“. Las seis semanas que estuvo en Japón le permitieron ir más allá de los estereotipos, en parte porque llegó a establecer relaciones cercanas con algunos japoneses.
Al referirse a la armonía social japonesa, el científico notó con admiración que “el individuo subsumía sus necesidades a las del colectivo“.
Una de esas amistades lo llevó a concluir que la cohesión familiar en Japón era mucho más fuerte que en Occidente. “Quedó impresionado con la familia de su anfitrión, quien era el director de la publicación progresista que lo invitó a Japón. Le llamó la atención la armonía que había en la casa, donde vivía no sólo su anfitrión con su esposa y sus dos hijos, sino otras personas“, cuenta Rosenkranz. “Le impactó lo que él vio como el típico autocontrol japonés dentro de la sociedad, lo cual -consideró- contribuía a la armonía social y pensó que eso era algo que Occidente podía aprender de Japón“. La gira de Einstein por Asia, Medio Oriente y España se produjo en momentos en que Alemania era sacudida por la turbulencia política. “Hubo muchos asesinatos e intentos de asesinato, especialmente de figuras judías y de la izquierda, a manos de extremistas de la derecha radical“, recuerda Rosenkranz. “En junio de 1922, pocos meses antes de que Einstein se embarcara en ese viaje, se desencadenó un factor decisivo: el asesinato del ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, el judío Walther Rathenau“. Tras lo sucedido, Einstein estaba determinado a abandonar Alemania definitivamente, “pero pocas semanas después revirtió su decisión y pensó que era un buen momento para estar lejos de Berlín por unos seis meses, que fue lo que duró su viaje“. Era claro que al científico no le gustaban los nacionalismos, pero le conmovió el patriotismo de los japoneses, el amor por su país. Según el historiador, le impresionó ver cuán emocionados se pusieron los japoneses que viajaban con él cuando el barco se acercaba a su tierra. También le pareció interesante que, en su opinión, algunos japoneses percibieran al emperador como “un dios“. Respecto al concepto de felicidad de Einstein, hay una anécdota que lo describe en su real dimensión. El científico estaba en un hotel de Japón, cuando llegó uno de los mensajeros del lugar para llevarle un recado. El hombre impresionó a Einstein por su cordialidad, por lo que el científico le pidió que esperara y agarró dos hojitas con el membrete del hotel y una pluma. Escribió: “Una vida humilde y tranquila trae más felicidad que la persecución del éxito y la constante inquietud que implica“. En la segunda hoja escribió: “Donde hay una voluntad, hay un camino“. Y las firmó. Se las entregó al mensajero y le dijo que algún día esas notas tendrían valor. En octubre de 2017, una casa de subastas de Jerusalén las vendió por US$1.560.000. Lo que escribió en la capital japonesa trascendió como la teoría de la felicidad de Einstein. Aunque no es claro si había llegado a ella hacía mucho tiempo atrás o si fue Japón el que lo inspiró a concebirla, lo cierto es que los japoneses lo marcaron. Así se lo dejó ver a sus hijos en una carta en la que les contaba sobre sus viajes: “De todas las personas que he conocido, los japoneses son los que más me gustan, pues son modestos, inteligentes, considerados y tienen una inclinación por el arte“, escribió, según la biografía de Walter Isaacson“Einstein: Su vida y Universo” (“Einstein: His Life and Universe”).