El kintsugi es un método tradicional japonés para arreglar cerámica rota, pero ha llegado a convertirse en una forma artística por derecho propio. Históricamente, la cerámica ha tenido una importancia vital para la sociedad japonesa. A pesar de que se utilizaba como un instrumento doméstico esencial, aunque corriente, para almacenar y comida, era necesaria una gran cantidad de tiempo y de habilidades para crearla: se debía encontrar arcilla, extraerla y llevarla a los talleres; resultaba caro construir y mantener los hornos el carbón era el fruto de un trabajo intenso. Además, la cerámica importada de China se convertía, generalmente, en un verdadero tesoro debido a su calidad artística. Así que, de forma natural, la gente quería arreglar sus preciosas vasijas si se rompían.
La palabra kintsugi no tiene misterios. Significa, en forma literal “juntar con oro”.
El urushi - la savia del árbol de la laca chino - se utilizaba principalmente para barnizar, con el fin de hacer más bella y resistente la madera. Pero también era útil como adhesivo. Con el progreso de las técnicas del lacado y de la estética durante los siglos XV y XVI, arreglar cerámica con urushi también se convirtió en una actividad artística. Los enmendadores decoraban las marcas de la fractura donde se aplicaba el urushi con un agente de color, como el polvo de oro o de plata, y creaban patrones geométricos en el producto final. A este método se lo denominó kintsugi, que literalmente significa “juntar con oro”. Se empezó a apreciar el kintsugi gracias a la tradición de la ceremonia del té. En particular, Sen no Rikyū, el extraordinario maestro, afirmaba que el kintsugi era la manifestación de su filosofía wabi-sabi. Aun a riesgo de simplificar demasiado, el wabi consiste en hallar la belleza en las cosas sencillas, y el sabi en buscarla en la soledad reflexiva y silenciosa. Para Rikyū, el kintsugi encarnaba la representación sincera de elementos y, a través de este proceso, narraba una historia: el relato del recipiente, el amor y cuidado del propietario que lo llevó a reparar, y las habilidades y destreza del reparador. Rikyū se resistió al amor fácil de la perfección, simbolizado por la porcelana superior importada de China, que se compraba con simple oro.
Este método de reparación de la cerámica se convirtió, con el paso de los años, en un verdadero arte.
Para el maestro, la imperfección de la cerámica kintsugi debía apreciarse por su sencilla honestidad. Furuta Oribe (1544-1615) fue un señor de la guerra menor que no destacó como samurái, pero ganó fama como seguidor de Rikyū y su arte de la ceremonia del té. Impresionado por el kintsugi, Oribe rompió su estimada colección de cerámica para convertirla en kintsugi. Cuando Rikyū tuvo noticia del vandalismo devocional de su admirador, lo reprendió y le explicó que el verdadero valor del kintsugi no es su apariencia exterior, ni se logra a través de tales actos violentos. Para Rikyū, la destrucción y reconstrucción de Oribe representaba una vanidad retorcida y artificial, lo cual era lo contrario de lo que él valoraba en el kintsugi y en su filosofía de “dejar ser”. (Texto extraído de “Asi es Japón”, de Yutaka Yazawa).