En un patio fangoso de un suburbio de Sudáfrica, una adolescente aclara la ropa en una bañera al aire libre y su bisabuela la cuelga en un alambre. Como fondo suena el violín de Xolani Zingeni. "Tocar me ayuda a olvidar mi historia, la situación en la que me encuentro", explica este sudafricano de 16 años. No tiene noticias de su padre y su madre, adicta al nyaope, una mezcla de marihuana y heroína, lleva una semana sin pisar su casa gris de la barriada de Soweto, en las afueras de Johannesburgo. Una rutina para Xolani, con cuatro hermanos, todos de padres distintos. Desde hace tres años, la música clásica se ha convertido en su escapatoria, como para decenas de jóvenes de su barrio que aprenden violín, violonchelo o contrabajo en una escuela fuera de lo común, Buskaid, reservada a los niños negros de los barrios pobres. El dato puede parecer menor, pero resulta relevante teniendo en cuenta que en el régimen racista del apartheid se consideraba algo reservado para los blancos. La orquesta SABC, el grupo audiovisual público, estaba compuesto únicamente por músicos blancos y la ópera de Pretoria, reservada a los blancos con la excusa de que los negros preferían "las danzas guerreras".
La escuela Buskaid de Soweto fue fundada en 1997 por la británica Rosemary Nalden, su actual directora.
Desde la caída del régimen del apartheid en 1994, las barreras fueron cayendo lentamente. En 1997, la británica Rosemary Nalden fundó Buskaid en Soweto. Durante tres meses Xolani acudió "todos los días" a este colegio, situado en el recinto de la iglesia reformada presbiteriana. "Había visto un violín en un libro en clase y tenía ganas de tocar uno", explica. "El primer día no me seleccionaron, entonces seguí viniendo". Hasta el día en el que Rosemary Nalden lo vio. "Le puse un violín bajo la barbilla y me di cuenta inmediatamente de que encajaba. Es talentoso, tiene oído musical". En el lapso de tres años, Xolani aprendió solfeo y a tocar el violín. Tenía destreza, una muñeca derecha flexible, sonoridad. Nada que ver con las estridencias de los debutantes. La bisabuela de Xolani, que educa como puede a los cinco hermanos con 170 dólares (150 euros) mensuales de subsidios, sonríe. "Me gustaría que sus hermanos y hermanas fueran también a Buskaid. Les evitaría deambular por la calle, pelearse, beber", afirma Flora Vuvama, de 83 años. Buskaid acoge a 125 alumnos de 6 a 35 años. Es como un refugio para niños pobres pero sobre todo es una escuela. "Un programa social que coloca la música a un nivel muy alto", insiste la directora Rosemary Nalden, de 75 años. "No se trata de dar un instrumento para evitar que los niños anden por la calle. Se les confía un instrumento y se les dice: 'Habrá que trabajar muy duro si queréis conseguirlo'". El resultado de los que perseveran es sorprendente.
Buskaid acoge a 125 alumnos de 6 a 35 años. Es como un refugio para niños pobres pero sobre todo es una escuela.
Durante el ensayo semanal, la orquesta encadena música clásica, con Mozart y Sarasate, jazz de Gershwin y música ligera sudafricana. Lo hacen con gracia y si hace falta también cantan y bailan. Rosemary, de ojos verdes y cabello blanco, está sentada en una silla de directora de orquesta. No está satisfecha. "Suena horriblemente mal", dice a los violonchelos. "Queda mucho por hacer". Los músicos obedecen sin rechistar. Durante la clase de los principiantes, Rosemary también se muestra estricta. "Si no trabajo, me va a gritar", cuenta Mzwandile Twala, de 19 años. "En mi barrio, había que drogarse para ser alguien. Yo tengo la suerte de tener otro objetivo", dice, determinado a proseguir sus estudios musicales en Londres, como ya lo hicieron seis alumnos que pasaron por Buskaid, de los cuales tres son profesionales. "El violín se ha convertido en mi otra mitad", declara Mzwandile. Se lo proporcionó Buskaid, que vive de los donativos. "No tensar demasiado el arco (debe sonreír). Nada de pegatinas en los instrumentos", se lee en el armario de los violines, violas y violonchelos. Gilbert Stoke, empleado de finanzas y violonchelista, se siente orgulloso. Con Buskaid, este treintañero dio la vuelta al mundo: Europa, América Latina, Estados Unidos. El público está "asombrado y encantado de que toquemos como músicos decentes". "En mi casa no conocíamos siquiera el término de música clásica. Decíamos 'música para violines'. Creíamos que era la música de los blancos ricos". Ahora ya no.