Un cubano “infiltrado” en los hutongs chinos

La impresionante experiencia del periodista István Ojeda Bello en China, descubriendo las maravillas y misterios de su vida cotidiana.
Periódico 26 (Cuba) - 2023-01-15
Frente a la gran pantalla electrónica del aeropuerto José Martí tuvo unos momentos, cuando menos de vacilación. Repasó los documentos y en la mente hizo una lista del equipaje: cámara fotográfica, laptop, poquísima ropa, algún que otro abrigo, los zapatos gastados de perseguir coberturas, espejuelos… todo en orden. Entonces vio el pasaporte rojo abrirle paso hacia un destino que sus horizontes no habían acariciado nunca.
 
Unos meses atrás, ante su pose cauta y descreída, comenzó a “cocinarse” la posibilidad de que representara a Cuba en el Programa para Periodistas Extranjeros del Centro de Diplomacia Pública de la República Popular China; pero, objetivamente, István Ojeda Bello pasó sobre aquello de vivir en “provincia”, adelantó trámites y comenzó a mirar al Gigante Asiático con ojos diferentes. La total certeza sólo lo alcanzó el 19 de junio, Día de los Padres, cuando el boleto en mano le disparó de golpe las expectativas.
 
El suyo, fue el primer grupo grande de reporteros internacionales que entró a China en tres años, tras los peores capítulos de la pandemia de la covid-19. En las calles, los niños más pequeños miraban a esa masa heterogénea de colores, etnias y rasgos con ojos de asombro, se le acercaban, le seguían los pasos.
 
El país de la tecnología, las artes marciales y las comidas exóticas resultó más colosal de lo que su agudeza le había permitido comprender. Confiesa que la vastedad lo abrumó, lo rindió de rodillas, pero con los días descubrió que había llegado allí con una visión sesgada de aquella cultura, muy sujeta a estereotipos y poco a poco, entre las callejuelas de los barrios más tradicionales de Beijing, los hutongs, empezó a contar las reales semejanzas y diferencias.

A 12 HORAS DE DISTANCIA
 
“Desde el inicio de esta travesía todo me pareció surrealista. Daban ganas de pellizcarse. Tras 27 horas de vuelo y una estancia en París, llegué a Shanghái enajenado, más lo único que vi frente a mí fue a un hombre disfrazado de pies a cabeza con un traje de bioseguridad, ni alcancé a ver sus ojos.
“Las instantáneas más sentidas, esas las atrapé desandando a pie o en bicicleta los hutongs, observando a sus habitantes, intentando captar los misterios de su cultura”.
“Me llevaron para un hotel donde estuve 12 días de cuarentena sin atisbos de compañía vivencial. Recogía los alimentos en la puerta, en horarios invariables, el resto eran horas de televisión en la que primaban los canales locales, salvo uno en inglés. Afortunadamente tenía Internet y aproveché el tiempo para comenzar a estudiar a China de la mano de Diana Uribe, historiadora colombiana con un estilo coloquial, pero muy preciso, de quien aprendí que estaba frente a un país inconmensurable.

“Cuando terminó el ‘encierro’ no lo pensé demasiado, salí a conocer la ciudad completamente solo y sin dinero en el bolsillo. Recuerdo que el calor me golpeó con más rudeza que el verano nuestro. Entre hilos de sudor descubrí la inmensidad de la ciudad, y comencé a ir más lento, fue como si la vida se ralentizara por la cantidad de cosas por ver y asimilar, esa sensación me duró los cinco meses de estancia”.

Rememora que su grupo se fue armando poco a poco. Radicaron en Beijing. Como mismo la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) le cedió tamaña oportunidad por su relevante trayectoria periodística, otros colegas, más de 80, de casi todo el Tercer Mundo, llegaron con iguales ansias: armarse y transmitir una visión objetiva de la nación asiática, independiente de las narrativas en las que la gran prensa occidental la ha encasillado.

“El presidente chino Xi Jinping había promovido esta iniciativa desde el 2017, la que se concretó un año después. Tuvo una pausa por el coronavirus, pero en el 2022 reiniciaron el programa. Fuimos sus invitados y eso no nos impidió hacer una vida lo más cercana posible a la cotidianidad del país. Incluyó experimentar protocolos sanitarios que hasta hace poco eran muy rigurosos. Nos realizaban un PCR cada 48 horas. Yo debo haberme hecho unos 230 como mínimo”.

Quienes conocen a István saben que es muy difícil que se mantenga tranquilo. Como anillo al dedo le vinieron las actividades que les organizaron los anfitriones en disímiles escenarios, lo mismo en grandes fábricas, aldeas, emporios económicos, que en sitios de significativo valor histórico y patrimonial. Su cámara fue una aliada invaluable.

“Claro que uno espera con ansiedad el panorama de la Gran Muralla china o la visita a la Ciudad Prohibida, otrora residencia de los emperadores. En esos lugares la tradición es tan vívida que puede ‘cortarte’, uno tiene miedo a tropezar, a respirar, para no variar nada en absoluto.
“Me traje más que una exposición de fotos, rostros sencillos de un país en desarrollo, vivencias de barrios que son muy distintos a los nuestros y, a veces, no tanto”.
“En todo mi periplo fue casi una necesidad inmortalizar los detalles, de ahí que anduviera pegado a la cámara. Pero debo reconocer que en los sitios monumentales no obtuve las instantáneas más sentidas, esas las atrapé desandando a pie o en bicicleta los hutongs, observando a sus habitantes, intentando captar los misterios de su cultura.

“Contrario de lo que se pensaría aquí, las chinas y los chinos se visten prácticamente igual que en Cuba, y los niños pequeños no son expertos en artes marciales; eso sí, estudian lenguas extranjeras desde temprano. La comida es muy parecida a la nuestra, y las excentricidades solo quedan para los sitios turísticos. Más en lo cotidiano están los tallarines, la carne de cerdo y pollo, los vegetales de toda clase y sí, el sabor característico de las especias y el picante.

“En las zonas más apartadas y tranquilas pude ver el ir y venir de la gente que sale a trabajar muy temprano y casi en la noche llega a cenar a un negocio de comida rápida, les vi las caras de hombres y mujeres sencillos y laboriosos.

“Me quedó como una lección bonita, la fuerza que tienen allí las tradiciones, la familia. Los niños llevan a sus abuelos al parque a que tomen el sol, los ayudan a moverse. Es un país que venera la ancianidad, porque para ellos no es síntoma de decadencia, sino de conocimientos, sabiduría. Así mismo defienden como valor ancestral el respeto a las leyes, al Estado y a los intereses de la colectividad por encima de las particularidades”.
 
MOMENTO DE ORGULLO NACIONAL
 
István cuenta que, en su afán de conocer China, él y sus compañeros viajaron varias veces, incluso a otras provincias como Shaanxi, Shanghái y Fujian. Sus anfitriones en todo momento hicieron gala de la hospitalidad que los caracteriza como cultura.  En esas andanzas palpaban otras realidades más espontáneas y contrastaban visiones. Dos visitas en especial lo llenaron de tanto orgullo que tuvo que sentarse enseguida a escribir un mensaje a modo de desahogo.

“Conocimos a las dos grandes productoras de vacunas chinas contra la covid-19. Todos quedamos admirados por su despliegue tecnológico de avanzada; sin embargo, puedo confesar con mucho regocijo que fui el único periodista en el lugar cuyo interés por el encuentro no era: '¿cuándo mandan más vacunas para mi país?'.

“Yo sentía la emoción, porque esa nación monumental, con recursos tangibles de toda índole y que por la combinación de varios factores aún seguía lidiando con la pandemia y nuestra Isla pequeña, en corto tiempo, fabricó su propio inmunógeno y pudo flexibilizar las pautas de confinamiento. El temor que se respiraba allí no era ya el nuestro. Esa noche le escribí a mi amiga Marisel, gran profesional que trabajó en el equipo de Soberana, para contarle con una alegría solo comparable a cuando uno ve elevarse la bandera cubana en lo más alto del podio de un evento multideportivo internacional”.

Ahora, ya en casa, entre amigos y al calor del Periódico, que él siempre lleva en su vuelo, rememora qué le dejó China, y confiesa enseguida que ahora tiene una visión mucho más amplia de los procesos, de la nación y de su pueblo.

“Crecí mucho como reportero. Imborrable no solo la familia en la que se convirtió el grupo de Latinoamérica, sino el charlar con colegas de partes del mundo que hasta ahora solo conocía por los libros como Irak, Egipto, Kazajistán, Pakistán, Sudán o Armenia, por solo mencionar algunos. También, el contacto con el Diario del Pueblo, el medio más importante de China, y, desde luego, reportar en directo el XX Congreso del Partido Comunista de China. Fueron horas de aprendizaje y constancia.

“En lo personal creo que regresé con una mezcla entre nostalgia y alegría, porque allí tejí lazos que espero que no se mueran nunca. Y lo que se extraña no es lo material, es el panorama de un sitio en equilibrio con la naturaleza, donde el verde de los árboles, en pleno corazón de Beijing, impide que el asfalto y el concreto te aplasten.

“Me traje más que una exposición de fotos, rostros sencillos de un país en desarrollo, vivencias de barrios que son muy distintos a los nuestros y, a veces, no tanto. Me traje la amistad y lecciones de respeto por el otro, por lo desconocido, por perdurar en un planeta sin someterse, una mezcla entre innovación y tradiciones que todavía me desvela, para bien”.

Sin quitarse el polvo del camino, István ha vuelto al Periódico, lleno de nuevas e innovadoras ideas. Obsesionado con el hecho de que en China ya no existen las tarjetas magnéticas, todo es a base de códigos QR. Anda buscando cómo encauzarnos por las mejores experiencias que le tocaron la piel, algunas aún muy distantes de nuestro día a día. Pero ahí anda, soñando…