Las sandías que se cultivan en el distrito de Pangezhuang, en la zona sur de Beijing, tienen la marca registrada de lo diferente, de ese tipo de productos que realmente son únicos no sólo por las características especiales que los distinguen, sino también por el proceso que dio lugar a su creación y posterior desarrollo. Conocidas como la variedad L-600, estas sandías son mucho más pequeñas, pesan alrededor de 1,5 kilogramos y su sabor es muchísimo más dulce que el de las tradicionales, según puede comprobarse en una breve recorrida por la Plantación Shitong. La plantación es el resultado del trabajo cotidiano de una cooperativa que funciona desde 2007, cuando un grupo de familias de Pangezhuang unió voluntades en un proyecto de desarrollo colectivo, para organizarse mejor en lo que realmente sabían hacer: cultivar la tierra.
Más del 90 % de las aldeas que eran pobres en China encontraron en las cooperativas de agricultores el camino para mejorar sus condiciones de vida.
Así fue que desde una superficie que apenas supera las 3 hectáreas, llegaron a recolectar alrededor de 10.000 sandías por día, que luego comercializan en supermercados (un 60%), por comercio electrónico (20%) y a través del denominado turismo rural (20%). Con lo producido, más de cien familias de la zona sur de Beijing obtienen ingresos suficientes para vivir lejos de la pobreza, sin tener que trasladarse a otras ciudades en busca de un empleo digno. “La Plantación Shitong de Sandías es una de las más grandes de Pangezhuang, una zona en la que conviven más de 90 aldeas y donde varias cooperativas como la nuestra cultivan unos 30.000 mu (unidad de medida que, en este caso, equivale a unas 2.000 hectáreas)”, explica Fan Na, la joven gerente del emprendimiento colectivo.
Desde una superficie que apenas supera las 3 hectáreas, llegaron a recolectar alrededor de 10.000 sandías por día.
Fan heredó de sus padres la pasión por el cultivo de sandías y, si bien está al frente de la plantación, es común verla realizar tareas de fertilización, preparación de la tierra, recolección o empaquetado junto al resto de las trabajadoras rurales. “El cultivo – explica – comienza en febrero y la cosecha se realiza entre abril y junio, porque durante los meses del invierno la actividad está paralizada por las bajísimas temperaturas. Por eso, de diciembre a febrero aprovechamos y preparamos los brotes para la siembra”. En China funcionan casi 700.000 cooperativas rurales en 832 distritos de todo el país, que vienen trabajando millones de hectáreas de tierras desde hace más de 50 años. Su creación ha sido una de las claves del modelo chino para erradicar la pobreza extrema, sobre todo en áreas donde las condiciones de vida de la población estaban lejos de los estándares y posibilidades de las grandes ciudades. En efecto, más del 90 % de las aldeas que eran pobres en China encontraron en las cooperativas de agricultores el camino para mejorar sus condiciones de vida, ayudando a salir de la pobreza a unas 22 millones de personas, según datos difundidos en una conferencia nacional sobre industrias en desarrollo, oportunamente realizada en la provincia de Gansu. El desarrollo de estos proyectos colectivos se han convertido en protagonistas ineludibles de una economía que si bien no mantiene el ritmo de los últimos años, supera ampliamente al crecimiento de los principales países de occidente. En este contexto, y con una clase media de 450 millones de habitantes que piensan duplicar en los próximos 15 años, el desarrollo de sus cooperativas de producción rurales quizás vuelva a ser una de las salidas - como lo fue en la erradicación de la pobreza - para responder al previsible crecimiento de su mercado interno.