"Muchas reacciones se definen con una moneda al aire"

El escritor francés Pierre Lameitre habla sobre los accidentes que nos moldean, la influencia del azar, su reivindicación de lo popular y sus decepciones políticas. "Soy un poco hincha pelotas", admite.
Fernando Capotondo - 2017-05-25
Como buen profesional, Pierre Lameitre es capaz de sobrevivir a una maratón de entrevistas sin perder su particular humor. El escritor francés bromea sobre las previsibles repeticiones de los periodistas y, siempre entre risas, calcula en 6 puntos de la escala Ritcher el nivel de cansancio que le provocan. "Es cierto –enseguida aclara– que estoy harto de algunas preguntas, pero al mismo tiempo entiendo que es natural que, por ejemplo, los lectores quieran saber por qué empecé a escribir tan tarde".
 
El ganador del Premio Gouncourt por su novela”Nos vemos allá arriba” se refiere a su debut literario a los 55 años, una situación que, suele explicar, remite a la remanida idea romántica que postula que "escritor se nace, no se hace". Sin dudas, él nació escritor y toda su vida estuvo vinculada con las letras. Primero como profesor de literatura y desde hace algunos años, como el autor que reivindicó el género negro en Francia con su saga policial del comandante Camille Verhoeven (“Iréne”, “Alex”, “Rosy & John” y “Camille”).
 
–¿En qué se diferencia su policía de otros personajes de ficción similares?
 
–Primero, le digo qué no va a encontrar en Camille: no tendrá un investigador sueco, depresivo, alcohólico y divorciado.
 
–Veo adónde apunta y suena
muy crítico...
 
–Bastante (risas). Y lo que va a encontrar en Camille es a un hombre atípico, enojado… francamente un hincha pelotas.
 
–¿Acaso es autobiográfico?
 
(Pausa) Sí. Soy un poco hincha pelotas.
"Voté por un partido que ni siquiera estuvo en la segunda vuelta. Soy un perdedor, pero como escribo sobre perdedores me siento en mi elemento".
Lemaitre visitó Buenos Aires para presentar en la Feria del Libro sus últimas novelas "Recursos inhumanos" (Alfaguara) y "Tres días y una vida" (Salamandra). La primera plantea hasta dónde puede llegar la desesperación de un hombre que perdió su trabajo y busca recuperar la dignidad en un macabro juego de roles. Y la segunda, la culpa y el horror que moldean la personalidad de un niño que mata a otro en un ataque de ira. "Me gusta trabajar con los accidentes de vida, esas cosas que requieren de una reacción repentina que va a condicionar el resto de la existencia. Es una idea que encontré en un texto de Muñoz Molina: decía que lo más importante ocurre en una fracción de segundo. Si miras tu vida te das cuenta de que las decisiones neurálgicas se toman rápido. Dices sí, no, y de golpe tu vida cambió. Tu reacción es como si lanzaras una moneda al aire, es casi un azar. Digo esto porque frente a una determinada situación, el mismo hombre podría reaccionar de distintas maneras", explica.
 
–¿Pero entonces qué define nuestras reacciones?
 
–No lo sé y te explico por qué. Estoy pensando en un hecho policial, por ejemplo, un tren que avanza en las afueras de París. Es tarde, son las 11 y media de la noche y una chica que viaja sola es agredida por dos o tres jóvenes. Imaginemos que estamos en el mismo vagón, ¿cuál será nuestra reacción?. Una consulta, ¿qué edad tiene?
 
–Cincuenta y dos.
 
–Bueno, yo 66. A nuestra edad vamos a dudar porque no tenemos el tamaño ni la fuerza de los jóvenes que amenazan a la chica. No soy cobarde, pero tampoco corajudo. Entonces, creo que lo defino tirando una moneda al aire. Una posibilidad es escapar y admitir que soy un cobarde. Pero si la moneda cae del otro lado, por una razón que no controlo, voy a decirme que no importa nada y a arriesgarme a que me destrocen a golpes. No hay nada que predisponga una cosa o la otra, pero tengo que reaccionar rápido y no tengo tiempo de pensar. Me da la impresión de que somos muchos los que estamos en la misma situación de lanzar esa moneda al aire.
 
–¿El método de la moneda no justificaría cualquier barbaridad?
 
–Creo que ese tipo de reacciones se da ante casos extremos y repentinos. Porque en la mayoría de las situaciones de la vida tenemos tiempo para pensar. Por ejemplo, en este momento estoy hablando con usted y puedo pedirle que repita una pregunta. Es raro que surjan situaciones en las que haya que actuar sin pensar y de manera refleja. Pero claro, soy novelista y me gustan los contrastes fuertes, las sorpresas, cuando la trayectoria narrativa cambia de dirección. No puedo escribir un buen capítulo con un hombre que se toma 45 minutos para reflexionar. No hay ningún suspenso. En cambio, en la historia de la joven atacada en el vagón sí hay una situación de suspenso.
"Me gusta trabajar con los accidentes de vida, esas cosas que requieren de una reacción repentina que va a condicionar el resto de la existencia".
–¿Por qué siempre reivindica la búsqueda de lo popular de sus obras?
 
–Las malas lenguas dirán que nunca seré un escritor de élite porque no soy capaz. Pero lo concreto es que me siento bien en la literatura popular, porque es un concepto que no solo califica ciertas formas de escritura, sino también una concepción de lector. Quienes critican la literatura popular no suelen tener una alta estima de los lectores, aunque esta posición también la comparten algunos autores que se dicen populares. Tomemos el ejemplo de las novelas sentimentales. Si en el fondo suelen ser simplistas y chatas es porque tienen una concepción de un lector sin cultura ni análisis. En lo personal opino todo lo contrario, creo en un lector inteligente, culto y que no agarra un libro para quedarse dormido rápido.
 
–Los escritores suelen ser críticos con las versiones cinematográficas de sus obras, ¿qué opina sobre la adaptación de “Nos vemos allá arriba”?
 
–Me parece que está muy bien, porque creo que las adaptaciones tienen que proponer una plusvalía y no tienen que limitarse a ser una copia cinematográfica del libro, como pretenden muchos novelistas. El cine tiene que aportar algo más y en este caso, el director (Albert Dupontel) ha quitado escenas y agregado otras que me hubiera gustado haberlas pensado, porque son muy originales y habrían quedado muy bien en el libro.
 
–Para terminar, Francia ha sido siempre una usina intelectual a la que todo el mundo observa. ¿Qué muestra hoy?
 
–Si me hubieras hecho esta pregunta antes de las elecciones habría contestado que Francia es vista desde el extranjero como un pequeño país arrogante, que siempre da lecciones al mundo con el pretexto de que una vez lo hizo con la Revolución Francesa. A eso se suma que tenemos grandes intelectuales, no con la visibilidad de Sartre o Foucault, pero brillantes al fin...
 
–¿Y hoy qué respondería?
 
–Que me tranquiliza que el extranjero haya mirado el resultado de las elecciones, con la esperanza de que Francia no se volcara hacia la extrema derecha. Es como si, más allá de su arrogancia, el país sigue siendo relacionado con una tierra generosa, de intelectuales, que abre sus brazos. Tengo la impresión de que se decía "Ay, no, cualquier otro sí, pero Francia no". Eso significa que no perdimos del todo nuestra imagen positiva. Si Francia estaba amenazada por la extrema derecha, la gente estaba más desencantada.
 
–¿Y usted se decepcionó?
 
–Sí, porque perdí las elecciones. Voté por un partido que ni siquiera estuvo en la segunda vuelta. Soy un perdedor, pero como escribo sobre perdedores me siento en mi elemento.
 
–Bueno, puede escribir una novela (está trabajando en la segunda parte de “Nos vemos allá arriba”, que formará parte de una trilogía).
 
–Sí, claro. Pero si Marine Le Pen hubiera ganado el domingo, hoy tendríamos cosas más urgentes que escribir novelas.

Publicado en Tiempo Argentino
Foto: Diego Paruelo