Las miradas enmarcadas por khôl de las fotos de la vidriera constituyen una verdadera promesa, pero en realidad no transmiten nada en comparación con el interior de los increíbles salones de belleza de Kabul, donde el minimalismo no tiene la menor cabida. Tras el derrocamiento de los talibanes en 2001, estos espacios empezaron a florecer en la capital afgana. En el centro de la ciudad hay uno tras otro. Las vitrinas rivalizan entre sí con propuestas de maquillaje recargado y peinados sofisticados. Como entrada, apenas cuentan con un simple biombo o una cortina. En estos salones, las clientas pueden acicalarse como si fueran artistas de Bollywood, lejos de las miradas y la tutela de los hombres. Es un "no man's land"; ningún hombre puede entrar. Fuera de la familia este tipo de lugares escasean en la capital, salvo el Jardín de las Mujeres, un sitio exclusivamente reservado a las damas. En el interior del salón no se ven velos, fulares o burkas (túnica que cubre de pies a cabeza). Mujeres de todas las edades lucen leggins, escotes, vestidos con la espalda al aire o remeras de tirantes, mientras conversan en medio del ruido de los secadores del pelo y del olor a esmalte de uñas, laca y ungüentos.
En el centro de Kabul hay uno tras otro. Las vitrinas rivalizan entre sí con propuestas de maquillaje recargado y peinados sofisticados. Los hombres tienen la entrada prohibida.
Inseguridad cero "Cuando una familia trae aquí a su hija, está segura de que sólo hay mujeres, sabe que es un lugar seguro", declara Athena Hashemi, la jefa del salón Henna. Athena, de 32 años, lleva la melena suelta y va poco maquillada, al contrario que sus clientas. Abrió el salón hace dos años tras formarse en Dubái. El lugar se puso de moda y actualmente cuenta con 17 esteticistas. "Saben hacer de todo, son las mejores de la ciudad", asegura Muzhda, una clienta, mientras una peluquera se esmera con un moño. Al lugar acuden las clases más acomodadas y las artistas locales. Es el salón más caro: el sercicio para novia cuesta 9.000 afganis (136 dólares) e incluye la depilación corporal integral con cera. La hermana de Muzhda se casa esta noche y todas las mujeres de la familia acuden al salón a maquillarse, hacerse la manicura, peinarse y teñirse. La mayoría de ellas llegan vestidas con trajes de noche. "Las afganas adoran maquillarse, teñirse el cabello", añade la joven. El maquillaje se lleva siempre recargado: base para cubrir, pestañas postizas, polvos irisados y muchas sombras en los párpados. "Algunas me dicen ¡Venga! ¡Pon más!", suspira Athena.
"Las mujeres son las que más han sufrido en el plano psicológico, emocional y mental los efectos de esta guerra. Sentirse guapas genera una energía positiva y prepara el terreno para un trabajo más profundo".
Sin límite Hama es doctora y llega con su hija de 16 años, que para una boda quiere ondularse el pelo, ponerse pestañas postizas, sombras doradas en los ojos y pintarse los labios de color rosa chillón, un maquillaje que le hace parecer mucho mayor de lo que es. Una boda es la posibilidad de darse un placer, afirma su madre, porque "hay pocas ocasiones para salir". Con la multiplicación del número de atentados y secuestros en Kabul, la familia de Hama, como muchas otras, ha dejado de ir a los restaurantes, evita las concentraciones y no viaja hacia el interior del país. Es por ello que en las bodas se tira la casa por la ventana. Hace unos años, la investigadora Rima Kohli se interesó por los efectos del maquillaje en las afganas, confrontadas a la guerra desde hace cuatro décadas. "Las mujeres son las que más han sufrido en el plano psicológico, emocional y mental los efectos de esta guerra. Sentirse guapas genera una energía positiva y prepara el terreno para un trabajo más profundo", estimó. Los más conservadores son reacios a los institutos de belleza y Athena no se hace ilusiones. "Incluso hoy, años después de los talibanes, pueden amenazarnos, debemos ser prudentes", destaca.