Cada mañana despierta al amanecer y mezcla una tinta hecha de hollín de pino y agua. Inserta una espina de un árbol de cítricos en un junco, se sienta en un banco pequeño y, doblada como un grillo, tatúa a mano en las espaldas, muñecas y pechos de las personas que acuden a verla desde lugares tan lejanos como México y Eslovenia. La mujer, María Fang-od Oggay, suele hacer catorce tatuajes antes del almuerzo; no es una mala jornada de trabajo para alguien que dice tener cien años de edad. Además, ella sola ha mantenido viva una antigua tradición y, en el proceso, transformó a esta remota aldea ubicada en la cima de una montaña en la meca de los turistas que buscan aventuras y un tatuaje único en su piel. Fang-od, también llamada Whang-od, es una artista de los tatuajes rituales de la tribu Butbut del grupo étnico kalinga en el norte de Filipinas. Cuando llegaron los españoles en 1521, los tatuajes estaban extendidos en todas las islas que al final se convertirían en Filipinas. A lo largo de siglos, desalentada por las potencias coloniales y las doctrinas católicas, la tradición se desvaneció. No era conocida fuera de su provincia hasta que un antropólogo estadounidense, Lars Krutak, la incluyó en su serie documental de 2009, Tattoo Hunter. Actualmente, esta mujer es el principal motivo de la avalancha de personas que visitan la región con el fin de tener uno de sus tatuajes rituales.
El turismo en la provincia de Kalinga, donde Buscalan es el destino más popular, se ha quintuplicado en los últimos años: desde unos 30.000 en 2010 a casi 170.000 en 2016.
Antes del documental, si Buscalan era conocido por algo, era por cultivar marihuana. Los excursionistas ocasionales que pasaban por ahí para comprar aceite de hachís se han convertido desde entonces en una multitud de turistas del tatuaje. El turismo en la provincia de Kalinga, donde Buscalan es el destino más popular, se ha quintuplicado en los últimos años: desde unos 30.000 en 2010 a casi 170.000 en 2016. La mayoría acude a ver a Fang-od. Toman un número y esperan a ser tatuados por ella, mientras otros se conforman con ser tatuados por sus sobrinas nietas, quienes han empezado a conservar la tradición. “Me sorprendí”, dijo Fang-od, sobre la cantidad de personas que ha acudido a verla. Fang-od es delgada y está encorvada, pero es fuerte gracias a una vida de cultivar las laderas en desniveles en Buscalan. No tiene dientes pero usa una dentadura brillante y es rápida para reír y contar chistes. Su grueso cabello gris está retorcido alrededor de una banda de cuentas de piedra color ocre y sus muñecas están cubiertas de brazaletes. Fang-od nació antes de que la tribu llevara registros de nacimiento, pero su familia estima que cumplió 100 años en febrero. Un domingo, Conradine King-Gonzalo, una empresaria de 27 años de edad, viajó trece horas en autobús desde Manila para hacerse un tatuaje de Fang-od.
“Es mucho más especial tener un tatuaje de ella en comparación con entrar en un salón y que yo les haga uno”, dice Paulo Vega, un artista del tatuaje australiano que vive en Praga.
“Ella es una leyenda”, dijo King-Gonzalo. Este era su segundo viaje. La primera vez, Fang-od no estaba, así que fue con una de sus sobrinas nietas. “No me detendré hasta tener un tatuaje de Apo”, dijo, refiriéndose a Fang-od con la palabra kalinga para decir abuela. Paulo Vega, un artista del tatuaje australiano que vive en Praga y tiene 29 años, veía su viaje como una peregrinación. Vino a fotografiar su pistola eléctrica de tatuajes al lado de las herramientas sencillas de Fang-od. “Es mucho más especial tener un tatuaje de ella en comparación con entrar en un salón y que yo les haga uno”, dijo, mientras observaba a Fang-od tatuar a un turista con golpecitos rápidos y precisos. “Hay mucho más espíritu en ello”. Buscalan tiene nuevas casas de huéspedes, un restaurante y pequeñas tiendas que venden productos enlatados y recuerdos. Los hombres trabajan como guías y porteros, comunicándose con radios portátiles. El turismo ha enriquecido a la aldea, por lo que se han pavimentado caminos y algunos techos de paja se han reemplazado por los de estaño. Los familiares de Fang-od, que no tenían ningún búfalo acuático (los animales típicos de la región), ahora poseen cincuenta. Incluso el herrero, que le vende machetes a los turistas, ha podido comprar dos búfalos. Pero convertirse en un centro de atención ha sido una bendición a medias para Buscalan. “Es un honor que la gente venga por nuestras tradiciones”, dijo Anyu Baydon, de 26 años de edad, una nativa de Buscalan que trabaja como voluntaria en la escuela primaria, pero también dice que le gustaría que los turistas se comportaran mejor. Dijo que los niños butbut son influenciados por los estilos y modales de los forasteros. Sin embargo, el éxito de Fang-od ha inspirado a una generación más joven para aprender la tradición. Uno de ellos es Den-den Wigan, de 22 años de edad, de la aldea vecina de Ngibat, descendiente del hombre que tatuó a Fang-od. Él aprendió el arte de ella y ahora realiza tatuajes en una galería de arte en las afueras de Manila. “Quiero continuar la tradición que dejó mi abuelo para que no desaparezca de nuestra cultura”, dijo.