El samurái y la geisha son dos figuras tradicionales de Japón que provocan una irresistible atracción en Occidente. Imaginar a una geisha es pensar en una mujer japonesa con el rostro pintado de un tono blanquecino y vestida con un kimono bellamente decorado. Pero lo que pocos saben es que las geishas no siempre fueron mujeres. También hubo geishas hombres, conocidos por el nombre de "taikomochi", que literalmente significa “portador del tambor” o “el que lleva el tambor” o hōkan que se traduce como “bufón”. En un principio, eran originarios de la llamada “Secta Ji del Budismo de la Tierra Pura”. Estos hombres tenían como función principal la de entretener a los asistentes a fiestas o reuniones, con un papel similar al de las geishas femeninas. El origen de este tipo de “acompañantes” se remonta al siglo XIII, que en Japón corresponde al periodo Kamakura (1192-1333), y cuyo papel era el de acompañantes de los daimyô [2] de la época. Bailaban, cantaban e incluso interpretaban algunos instrumentos (de ahí la traducción literal que tiene su nombre, aunque no sólo usaban los tambores como instrumento). Tenían un papel también en el ámbito de la guerra como asesores de los señores feudales, llegando muchos de ellos a ser grandes consejeros. Incluso hubo algunos taikomochi que llegaron a combatir en los conflictos, siendo en algunas ocasiones guerreros. Fueron grandes protagonistas durante más de trescientos años, aunque a partir del siglo XVI su importancia fue perdiendo peso y sus labores se fueron reduciendo drásticamente hasta llegar a ser simples narradores de historias de todo tipo: humorísticas, eróticas, bélicas, etc. A partir del siglo siguiente, su papel había decaído tanto que eran simples asesores de las llamadas "oiran", las cortesanas más importantes del imperio japonés, sobre todo en las fiestas de mayor importancia. A partir de estos momentos aparecieron las geishas y comenzó la decadencia final de los taikomochi. Se empezó a preferir la compañía femenina debido a la dulzura y delicadeza con la que mostraban el oficio.
Cuando aparecieron las geishas comenzó la decadencia final de los taikomochi. Se empezó a preferir la compañía femenina debido a la dulzura y delicadeza con la que mostraban el oficio.
La primera mujer que ofreció estos servicios apareció en el año 1751, causando una gran sensación en el entorno de este tipo de acompañantes. Fue denominada como geiko o “persona de las artes”, siendo un término que particularmente se usaba en la ciudad de Kioto por aquellos tiempos. Esta primera geisha ni siquiera lo era, debido a que realmente era una cortesana llamada Kikuya que se autoproclamo geisha como tal. Se hizo conocida gracias a sus grandes dotes en el canto y en el shami. A partir de este momento las geishas hombre empezaron a denominarse con otro nombre, el de "otoko geisha", es decir, “hombres geisha”, para evitar confusiones entre ambos sexos. Las acompañantes femeninas también llegaron a su declive en los años veinte del siglo pasado, alcanzando casi su desaparición tras la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, y a pesar de la vuelta al gusto por esta tradición del pasado, se conservan comunidades muy reservadas de geishas y algunos taikomochi. Por establecer una comparación en el último siglo, antes de la Primera Guerra Mundial se sabía que había unos quinientos taikomochi, mientras que en la actualidad sabemos que apenas hay un par de ellos en Tokio y Kioto. Durante el periodo Edo, una rama de estos hombres se dedicó a la prostitución masculina, alquilados por gente adinerada para sus servicios, e incluso prestados para trabajar en las "kagemajaya", unas casas de té especializadas sólo para ellos. Aquí los taikomochi se empezaron a llamar "kagema". El papel de los kagema era representado por los actores kabuki que hacían el papel también de la mujer, los onnagata. Estos personajes debido a las prendas y al maquillaje que portaban, fue lo que les convirtió en personas muy deseadas. Aunque este papel fue también llevado a cabo por sirvientes de los daimyô que, una vez llegados a la ciudad, dejaron de servirle, por lo que tuvieron que trabajar en este tipo de empleos para poder sobrevivir en las ciudades. Las relaciones no eran solo con hombres sino también con mujeres, aunque aparecieron en el periodo Edo los onna-girai, hombres a los que no les interesaban las mujeres sexualmente, e incluso las odiaban.
Antes de la Primera Guerra Mundial se sabía que había unos quinientos taikomochi, mientras que en la actualidad sabemos que apenas hay un par de ellos en Tokio y Kioto.
Por mencionar un poco la vida de algunos de los taikomochi más conocidos de los últimos años en Japón hablaremos de tres: Shozo Arai, Shichiko o Eitaro. El primero de ellos, Shozo Arai, es conocido a través de una entrevista que le realizaron en el año 2002, cuando tenía 57 años. En ella cuenta que su trabajo consistía en la realización de actuaciones y narración de historias cómicas en las que hacía disfrutar a los clientes en los bares tradicionales de entretenimiento de la capital. También era un foco de sabiduría en otros aspectos como la cultura, la actualidad, etc. Estos clientes solían ser personas muy adineradas que se podían permitir gastar miles de yenes en una sola noche. Por raro que parezca, existe un código de conducta estricto cuando estos clientes lanzan el dinero a los taikomochi, ya que lo fundamental era no faltar al respeto a nadie. Por otro lado, Shichiko es un taikomochi conocido porque fue entrevistado por Lesley Downer en el libro Geisha: The secret history of a Vanishing World. Asegura que su trabajo se basa sobre todo en narrar cuentos eróticos, juegos o en beber sake. Dentro de la entrevista llega a decir, a modo cómico: “un hombre que gasta todo su tiempo y su dinero en los taikomochi, caerá en la ruina y su esposa lo echara, él no tendrá nada más que hacer, sino convertirse en un taikomochi”. Shichiko por ejemplo habla de otro tema muy chocante dentro de este ámbito, el de la duda de su homosexualidad o no. Él explica que los taikomochi no suelen ser gays, a pesar de que la gente piense lo contrario. Eitaro es la otra geisha hombre. Empezó en esta profesión en el año 2009, tras la muerte de su madre. Desde entonces tanto su hermana como él se dedicaron al oficio, llevando una casa de geishas en el puerto de Omori. Ellos quisieron mantener el negocio debido al interés que mantenían por el Japón tradicional. A los diez años, Eitaro interpretó a una bailarina en una de las fiestas de su madre, y a partir de ahí empezó a interesarse por todo este mundo. Desde muy temprano, con ocho años, ya había comenzado a tomar clases e incluso con once años había aparecido en algunas obras del teatro nacional de Japón. En la okiya[3] o “casa de geishas” que dirige lleva a unas seis aprendices, todas ellas muy jóvenes. A pesar de lo diferente que pudiese ser el tema, la casa y el papel de Eitaro han suscitado mucho la atención del público, haciendo que su fama se incrementase notablemente.