Como sucede en muchos países, hace apenas una década en Japón no se celebraba Halloween, la fiesta de origen anglosajón que tiene lugar la noche del 31 de octubre, víspera del Día de Todos los Santos. Las raíces de Halloween se encuentran en el antiguo festival celta “Samhain“, que remite al “fin del verano”. En esa noche se tenía la creencia de que los espíritus de los difuntos caminaban entre los vivos, estableciéndose una comunicación entre los dos mundos. La cultura japonesa es muy rica en leyendas y narraciones en la que seres del otro mundo interaccionan con el mundo de los vivos, y siendo así de sincretistas, no es de extrañar que los japoneses hayan adoptado la celebración de Halloween como parte de sus festividades, siendo una celebración más que se disfruta tanto como la festividad budista en honor a los muertos 100% japonesa, conocida como el Obon.
La cultura japonesa es muy rica en leyendas y narraciones en la que seres del otro mundo interaccionan con los vivos, no es de extrañar que hayan adoptado la celebración de Halloween como parte de sus festividades.
El Obon se celebra en agosto (generalmente la segunda o la tercera semana), y según la tradición, se cree que los espíritus de los fallecidos regresan para visitar a sus familiares. Es una época en la que es frecuente contar historias de fantasmas, lo que popularmente se conoce como kaidan. Lo concreto es que hoy los japoneses también celebran Halloween como una fecha muy festiva, en la que se disfrazan de personajes terroríficos y caminan por lugares concurridos para ver y ser vistos, como el célebre barrio de Shibuya o Roppongi en Tokio. Se trata de una celebración que, más que para niños, parece estar pensada e impulsada por adultos que disfrutan personalizando su cara con pestañas postizas tenebrosas, decorando calabazas con personajes de anime o poniéndose mascarillas peculiares para dar miedo. Esta manera en la que los japoneses son capaces de convivir y disfrutar de lo terrorífico y lo grotesco viene dada de su interés por el mundo de lo sobrenatural y lo terrorífico. Son muchas las manifestaciones artísticas que lo ejemplifican, en especial el cine o la literatura. Desde los inicios de la literatura oral hasta nuestros días, los japoneses han demostrado tener una gran predilección por las historias de terror, desde aquellas relacionadas con el mundo de los muertos o las series fantásticas como los yokai hasta el terror tecnofóbico de nuestra época o las leyendas urbanas. Del gusto por esos relatos de terror existen interesantes manifestaciones. Del estudioso y amante de la cultura japonesa Lafcadio Hearn podemos encontrar la recopilación “Kwaidan y otras leyendas y cuentos fantásticos de Japón”, antología que reúne relatos clásicos del kabuki más terrorífico, historias de pesadillas macabras, venganzas sobrenaturales o apuntes de genuino horror cósmico.
El Obon se celebra en agosto (generalmente la segunda o la tercera semana), y según la tradición, se cree que los espíritus de los fallecidos regresan para visitar a sus familiares.
También se publicó un volumen de cuentos de terror de distintos autores contemporáneos como Junichiro Tanizaki, Ryūnosuke Akutagawa, Kidō Okamoto o Edogawa Rampo: “Kaiki. Cuentos de terror y locura”. Quizá uno de los más destacados escritores del género sea Koji Suzuki, es uno de los escritores de terror y ciencia ficción más célebres de Japón. A ello han contribuido algunas adaptaciones cinematográficas de sus relatos como “The Ring” (Ringu, 1998, llevada al cine por Hideo Nakata) o “Dark Water” (adaptada por el mismo director en 2002). Ango Sakaguchi también es un referente del género de terror entre los autores del siglo XX, con trabajo literario donde lo siniestro, lo horrible y lo cruel se alzan como motores vitales de historias que desvelan las facetas más oscuras de la condición del ser humano. Su conjunto de relatos “En el bosque, bajo los cerezos en flor”, es un clásico de la literatura de terror. Influido por el Decadentismo francés, donde femmes fatales juegan con el destino de los individuos y lo inquietante altera el sentido de la realidad, Ango Sakaguchi traza un conjunto de historias fascinantes que ofrecen un nuevo punto de vista del terror japonés. “El infierno de las chicas” (Shōjo jigoku, 1936), de Kyusaku Yumeno, es un volumen que reúne tres relatos inquietantes y extraños cuya traducción ha corrido a cargo de Daniel Aguilar, autor entre otros de “Susurros de la otra orilla. Japón sobrenatural”, un enorme tratado (no sólo por el tamaño del volumen) sobre el terror nipón. Yumeno expone de manera sutil el maltrato salarial, las míseras condiciones laborales, la tiranía de los cánones de la belleza o las obligaciones familiares a las que la sociedad somete a sus mujeres, todo con una prosa que explora el terror psicológico y la angustia vital.