El gran éxito cinematográfico de Huang Hsin-yao con su ópera prima, "El Gran Buda +", ha consagrado a este realizador como una nueva estrella en el firmamento del cine taiwanés, que ha dado cineastas tan reconocidos internacionalmente como Ang Lee, Hou Hsiao-hsien o Tsai Ming-liang. Nacido en 1973 en la sureña ciudad taiwanesa de Tainan, importante centro cultural y antigua capital de la isla, Huang ha transformado en película el cortometraje que con ese mismo título realizó en 2014, animado por Ang Lee y Hou Hsiao-hsien, y con el apoyo del productor Chung Mong-hong. "El Gran Buda +" obtuvo cinco premios en la edición de 2017 de los máximos galardones del cine en chino, los Caballo de Oro -entre ellos los de mejor director novel- y otros cinco en el último Festival de Cine de Taipei y el galardón NETPAC (para la promoción del cine asiático) en el pasado Festival Internacional de Toronto. En una isla cibernética, pragmática y empresarial como Taiwán, donde las salas de cine están controladas por los filmes comerciales, "El Gran Buda +" se mantuvo en cartelera casi cuatro meses y ha despertado gran interés y debate.
"No podemos desafiar ni dudar de las leyes como de dios, pero aunque todos deberíamos ser iguales ante ellas, muchos casos y sentencias muestran lo contrario, y empecé a acariciar la idea de utilizar esta idea para un filme", apuntó Huang.
Rodado en blanco y negro -salvo algunas escenas en color supuestamente tomadas por uno de los personajes-, la película narra la historia de un basurero, Ombligo, y de su amigo, Encurtido, guarda nocturno de una fábrica donde se construye una gran estatua de Buda. Huang asegura que no se ha inspirado en ningún director u obra cinematográfica, pero la historia recuerda a "Los olvidados", de Luis Buñuel, por su caracterización de los marginados y su humor negro, que busca, según el autor, mostrar "el absurdo" o "ridículo" de la humanidad. "No podemos desafiar ni dudar de las leyes como de dios, pero aunque todos deberíamos ser iguales ante ellas, muchos casos y sentencias muestran lo contrario, y empecé a acariciar la idea de utilizar esta idea para un filme", apuntó Huang.
"Del desafío a lo que creemos y del ridículo, que nos hace reír por su patetismo, salté a mostrar cómo los seres humanos se ven a sí mismos", precisó el director.
La idea, recuerda, surgió de una visita a una fábrica taiwanesa en la que se construía una enorme imagen de Sandaizi, discípulo de Buda. "Pensé que dentro se podía ocultar el cuerpo de un muerto o droga. Algo maligno en lo más santo, sin despertar las sospechas de nadie", explicó el director. Tras realizar dos documentales, Huang inició en 2015 su colaboración con Chong Mong-hong, y le dio un giro a su cortometraje para centrarse "en explorar cómo nos vemos a nosotros mismos". "Del desafío a lo que creemos y del ridículo, que nos hace reír por su patetismo, salté a mostrar cómo los seres humanos se ven a sí mismos", precisó. El filme ofrece una visión tierna y sin juicios, de la vida y las relaciones de Obligo y Encurtido, dos seres anónimos que en busca del glamour miran las grabaciones de la cámara del automóvil de Kevin, que tiene una vida de lujo y sexo, muy lejos de su alcance. La injusticia ante la ley, la corrupción de políticos y policías, el doble criterio en la religión o el mundo del comercio del sexo son algunos de los temas que trata una historia que muestra el abismo entre los desheredados y los poderosos. La trayectoria de Huang explica mucho de este filme, en especial su participación en los movimientos sociales taiwaneses de la década de 1990. Eso, junto a sus múltiples empleos modestos, aumentó su interés por los personajes sencillos, algunas veces marginados, en las grandes ciudades y aldeas. "Todos son interesantes... en este mundo no hay blanco ni negro, solo gris", comenta.