Cine es la palabra justa para presentar a Yu Hua, de 57 años, uno de los más prominentes escritores chinos contemporáneos. Fue la pantalla grande su puerta de entrada a Cuba, antes de llegar a La Habana como integrante de la delegación de su país a la 27 Feria Internacional del Libro. En 1992 había publicado “Vivir” y la novela sedujo de tal modo al realizador Zhang Yimou (“Sorgo rojo” y “La linterna roja”), que terminó filmando una adaptación que contó con la participación del novelista en el guión. La película ganó el Gran Premio del Jurado y el Premio a la Mejor Actuación Masculina (para Ge You) en el Festival de Cannes en 1994. La novela sería considerada entre las diez más influyentes de esa década en China y le valió al autor en 1998 el lauro italiano Grinzane Cavour al mejor libro de lengua foránea en la nación europea. «El cine ayuda a que los escritores se conozcan, pero la imagen literaria es insustituible», comenta Yu en la capital cubana. Esa apreciación llega por mediación del maestro Roberto Vargas Lee, fundador de la Escuela Cubana de Wushu, un inesperado y eficiente traductor.
“China en diez palabras” es su libro más reconocido. En una prosa que combina el ensayo y la crónica, explicó actualidad de su patria a partir de diez vocablos: política, historia, economía, sociedad, cultura, recuerdos, sentimientos, deseos, secretos, vida.
Yu confiesa la impresión que le causó Alejo Carpentier y las preguntas que se hizo en los años 80, al inicio de su carrera literaria, acerca de la capacidad del escritor cubano para reflejar la complejidad de los procesos históricos al margen de esquemas y dogmas. Uno de los libros más reconocidos de Yu se titula “China en diez palabras” – en el 2009 acometió la tentativa de explicar, en una prosa que combina el ensayo y la crónica, la actualidad de su patria a partir de diez vocablos: política, historia, economía, sociedad, cultura, recuerdos, sentimientos, deseos, secretos, vida. A partir de este antecedente resulta sugerente seguir el mismo camino para presentar al novelista. Despejada la primera – cine – se planteó la segunda palabra: agudeza. El prisma de su mirada narrativa acusa esa cualidad. Si en “Vivir” ofrece un fresco de la historia de su país desde los años 40 hasta la Revolución Cultural a través de la sucesión de los trabajos y los días del protagonista, Fugui; en “Crónica de un vendedor de sangre” la óptica del narrador se concentra de tal manera que es posible descubrir el trasfondo social tras la punta del iceberg que se divisa en los avatares de un hombre común, Xu Sanguan, quien trabaja en una fábrica de seda de la China rural, y en algunas ocasiones, como es habitual entre los suyos, vende su sangre para obtener dinero extra con el que pagar una boda o la llegada de un hijo.
«Soy optimista sobre el futuro de China. Creo que la humanidad siempre progresa y, aunque se producen intervalos con idas y venidas, en términos generales siempre se evoluciona, siempre se avanza".
Contraste es un eje permanente en la obra de Yu, que se acentúa en “Brothers”, por los caminos divergentes que siguen dos hermanos. El novelista defiende su concepción: «En mis libros expongo claramente mi visión sobre la transformación de China, lo mejor es leerlos, es un proceso muy complicado para responder en una frase». Ironía no falta en sus escritos. Es un instrumento que le permite sacar a flote carencias y miserias humanas. En “China en diez palabras” cuenta sobre un nuevo rico, espécimen que también ha asomado entre nosotros: «Era uno que se había mandado a hacer un chalet de lujo con su correspondiente piscina, a pesar de que no sabía nadar. Su teoría era que en la casa de un rico no podía faltar una piscina. Para no desaprovecharla, crió peces en ella destinados al menú de cada día. Tuvo otra ridícula idea cuando supo que en los hoteles de cinco estrellas había casi siempre una suite presidencial, así que no quiso ser menos y colgó en la puerta de su dormitorio una placa de bronce con el letrero Suite Presidencial». Pero al principio y al final del camino, Yu Hua lleva sobre sí el peso de una palabra: optimismo. Por ello, cuando le preguntan por el destino de su pueblo, dice: «Soy optimista sobre el futuro de China. Creo que la humanidad siempre progresa y, aunque se producen intervalos con idas y venidas, en términos generales siempre se evoluciona, siempre se avanza. En relación con las reformas en China la evolución siempre será hacia delante y no hay vuelta atrás».