Los maravillosos cuadros de Vincent Van Gogh, máximo exponente del postimpresionismo, tuvieron una profunda influencia del arte japonés, sobre todo en la segunda parte de la vida del artista holandés. Esta ascendencia oriental pueden advertirse en sus últimas obras, muchas de las cuales hoy se exhiben en el Museo Van Gogh de Ámsterdam, en el marco de una muestra que también incluye grabados japoneses. En virtud de esta íntima relación, la exhibición se ha transformado en la mejor excusa para preguntarse hasta dónde llegó la influencia japonesa en el artista holandés. "Van Gogh se fijó mucho en el arte japonés, sobre todo en la segunda parte de su vida artística. Supo mezclar varios tipos de pintura en un solo cuadro. En 1886, compró una colección japonesa al completo. Esa admiración por Japón es la base de esta exposición", explicó Louis van Tilborgh, comisario del museo. La exposición necesitó cinco años de preparación y acoge un total de 60 dibujos y cuadros de Van Gogh junto a 150 de un total de 660 láminas que el pintor holandés adquirió cuando comenzó a idealizar Japón.
El director del museo, Axel Rüger, explicó que el pintor holandés "copiaba" en sus principios de otros grabados japoneses,
Lo que más admiraba Van Gogh de los estampados coloridos, tan característicos del arte japonés, eran las composiciones poco convencionales, los planos grandes en colores brillantes y el enfoque en los detalles de la naturaleza. Aprendió a mirar al mundo "con un ojo más japonés" e hizo "pinturas como grabados japoneses", explica el museo, y eso le llevó a trabajar cada vez más en el espíritu del ejemplo oriental, con énfasis en una paleta colorida y audaz. Según explicó el director del museo, Axel Rüger, el pintor "copiaba" en sus principios de otros grabados japoneses, pero "lo que importa de ello es analizar cómo Van Gogh observaba, admiraba para más tarde absorber ese arte" que terminó por determinar sus últimas obras. La conservadora holandesa Nienke Bakker explicó que fue Francia la que "cambió el carácter" de la obra de Van Gogh e inició ese "furor" por lo japonés. En la segunda mitad del siglo XIX, lo japonés también estaba de moda en París y los diferentes pintores comenzaron a descubrir ese "mundo exótico", lo que llevó a muchos a lanzarse a explorar la naturaleza para reflejar el arte japonés. La llegada en 1880 del pintor a Arlés, ciudad francesa situada junto al río Ródano, fue un momento clave, dice Bakker, quien estudió a fondo la vida de Van Gogh. "Nada más llegar a la ciudad, escribió una carta a su hermano Theo para contarle que todo lo que estaba viendo allí es su Japón particular", explicó.
Lo que más admiraba Van Gogh de los estampados coloridos, tan característicos del arte japonés, eran las composiciones poco convencionales, los planos grandes en colores brillantes y el enfoque en los detalles de la naturaleza.
Bakker considera que lo reflejado en las pinturas de Van Gogh reflejan "lo que él entendía por Japón" pero que en realidad era una imagen muy idealizada en una etapa en la que el artista "estaba molesto con la humanidad y con el mundo". Una decepción con la vida provocada por una fuerte discusión con el también pintor postimpresionista Paul Gauguin, en diciembre de 1880, que le llevó además a cortarse su oreja izquierda, como quedó reflejado en dos famosos autorretratos. Precisamente una de las grandes atracciones de la muestra es uno de esos dos cuadros, el "Autorretrato con la oreja vendada" (1889), que no había abandonado la Courtauld Gallery de Londres desde 1930. "A pesar de su pelea con Gauguin y su desilusión con el mundo, Van Gogh seguía encontrando refugio en su ideal de vida japonesa, y eso lo muestra en los últimos cuadros que pintó", explica Bakker. Algo que se refleja en esta exposición de Ámsterdam, que cuenta con préstamos de museos y coleccionistas privados de todo el mundo, entre ellos el Instituto de Arte de Chicago, el Museo de Arte de Cincinnati, y el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, todos ellos en Estados Unidos.