Enmarcada entre las verdes colinas del norte de India, a orillas del Ganges que baja desde el Himalaya, la ciudad de Rishikesh, popularizada por los Beatles hace cincuenta años, sigue siendo un destino ineludible para los adeptos occidentales al yoga. "El sol es para todos, la luna es para todos, los ríos son para todos, así como el yoga es para todos", afirma entusiasmado el gurú Swami Chidanand Saraswati, de larga melena y barba enmarañada, que regenta allí un "ashram" (retiro) para practicar yoga, una antigua disciplina cuyo día internacional se celebró esta semana. Decretado en 2014 por Naciones Unidas a iniciativa del primer ministro indio Narendra Modi, que ve en el yoga una palanca de influencia cultural de su país, el acontecimiento reunió una vez más a decenas de miles de practicantes de todo el mundo. "¡Imaginen eso! El primer ministro fue a la ONU a hablar de los beneficios del yoga... Hoy, el yoga está por todas partes", constata Saraswati, en su "ashram" Parmarth Niketan, mientras los asistentes se postraban a sus pies. En Rishikesh, a 250 km al norte de la capital india, Nueva Delhi, legiones de turistas extranjeros acuden por sus "ashrams" y las escuelas de yoga, que han brotado como setas. Un entusiasmo que no es ajeno a la visita de cuatro jóvenes de Liverpool durante dos meses en 1968: Los Beatles.
Ringo Starr abandonó al cabo de dos días el ashram del Maharishi Mahesh Yogi. ¿El motivo? No soportaba la cocina local.
Álbum blanco Llegados a la ciudad para escapar durante un tiempo a la fiebre de la "Beatlemanía", en busca de un renacer espiritual y de una inmersión en la cultura india, los cuatro de Liverpool y sus familias se hospedaron en el "ashram" del Maharishi Mahesh Yogi, del que Ringo Starr se fue al cabo de dos días por no soportar la cocina local. "Escribieron 48 canciones aquí. Muchas de ellas están en el 'Álbum blanco', uno de sus trabajos más populares", explica Raju Gusain, de 47 años, un periodista local y gran conocedor de esa estancia mítica. "La visita transformó completamente a Los Beatles". El resto del grupo abandonó el lugar después de ocho semanas. El sitio de su "ashram" está abandonado desde 2001, devorado por la vegetación, si bien se ha iniciado un programa de restauración y de protección del mismo. El paso de Los Beatles por Rishikesh no sólo contribuyó a situar a la ciudad en el mapa mundial del yoga, sino especialmente a multiplicar la popularidad de la meditación en Occidente. Atta Kurzmann, de 68 años, una estadounidense de viaje en Rishikesh, fue una de las que se volvieron amantes del yoga en aquella época. Desde entonces, trabaja como profesora de yoga en Estados Unidos. "Tomé contacto con la espiritualidad india a causa de George Harrison al saber que vinieron a Rishikesh [...] Interesarse en niveles superiores de consciencia que no implicaran drogas era atractivo", cuenta. "Eso fue lo que me hizo venir a India cuando tenía unos veinte años".
"Tomé contacto con la espiritualidad india a causa de George Harrison al saber que vinieron a Rishikesh", cuenta Atta Kurzmann, de 68 años, una estadounidense de viaje en Rishikesh.
Hoy, Rishikesh acoge cada año a entre 70.000 y 80.000 turistas extranjeros y un gran número de indios, ávidos de purificarse en el río sagrado, visitar la región o, en algunos casos, hacer rafting. “Estaba deprimido” Lejos de la multitud, en el "ashram" Anand Prakash, los clientes mayoritariamente jóvenes y extranjeros pagan 1.050 rupias (13,3 euros) por noche por el alojamiento y las comidas, vegetarianas por supuesto. Uno de ellos, el mexicano Pablo Rueda, decidió quedarse una semana tras haber perdido su trabajo de ingeniero aeroespacial en Canadá. "Estaba deprimido y me preguntaba qué hacer con mi vida", confía al salir del desayuno, donde los comensales se sientan en el suelo y comen en silencio en pequeñas mesas individuales. "Quería practicar yoga, me encanta, y meditar". La rutina del "ashram" es estricta. Uno se levanta a las 5 de la mañana y luego medita media hora. El programa sigue con 90 minutos de yoga en la azotea, durante el amanecer, seguido de otra media hora de mantras en torno al fuego, antes del desayuno. El resto del día es libre, dedicado a la meditación, la lectura o a visitar el lugar. A las 18, nueva sesión de yoga, antes de cenar. Las luces se apagan temprano. Si bien en el lugar se practica una disciplina austera y de plurimilenaria, al "ashram" ha llegado la modernidad y no le falta ni el wifi. "Sigo viendo mi Facebook porque me gusta compartir las fotos de mi viaje", admite el mexicano.