La presentación, en julio, de la última novela de Haruki Murakami provocó un auténtico terremoto en China. “La muerte del comendador” fue recibida por la censura y los libreros tan solo pudieron colocar el libro en los estantes con un envoltorio de papel multicolor y una etiqueta amarilla de advertencia. ¡Peligro, "material obsceno"! Según el Tribunal de Artículos Obscenos de Hong Kong, la trama articulada por el escritor japonés era "indecente" debido a una serie de escenas sexuales demasiado explícitas. En dicho país asiático, los menores de 18 años solo pueden leer la obra de forma clandestina, saltándose el muro de la corrección política. Murakami, a pesar de que siempre aparece en las quinielas del Nobel de Literatura y nunca se lo conceden -el alternativo ya sabemos que no le interesa- es un fenómeno de masas. Sus compatriotas, cuando el libro se publicó en Japón en 2017, acudieron en masa a las librerías: un millón de ejemplares vendidos en tan solo un mes. La primera parte de “La muerte del comendador” llega ahora a España -para leer la segunda habrá que esperar a enero del año que viene- con esa etiqueta de libro prohibido, pornográfico. Y en Tusquets, la editorial que publica al autor japonés en nuestro país, seguramente se estén frotando las manos con esta publicidad.
"Ella no mostraba interés por el sexo. A sus órganos sexuales les faltaba lubricidad y cuando la penetraba se quejaba de dolor".
“La muerte del comendador I” es una historia sobre la soledad, el amor, el arte, la creatividad y el mal. Su protagonista, un pintor de cierta fama sumido en un naufragio emocional se exilia en una casa perdida en la soledad de la montaña. Y allí comienza a dar clases de pintura, a cruzarse con personajes misteriosos y a presenciar acontecimientos extraños. Además, descubre un lienzo de estilo tradicional japonés que representa una escena del mundo descrito en Don Giovanni, el drama de Mozart, y que provocará una convulsión en su vida. ¿Pero de verdad las escenas sexuales que narra Murakami son tan explícitas, tan transgresoras?. Ahí va una de ellas, del protagonista describiendo uno de sus escarceos amorosos con una de sus alumnas de la clase de pintura. Juzguen ustedes mismos: "Ella no mostraba interés por el sexo. A sus órganos sexuales les faltaba lubricidad y cuando la penetraba se quejaba de dolor. Por mucho tiempo que dedicase a los preliminares, por mucho gel que usásemos, el resultado dejaba mucho que desear. Se quejaba de un dolor intenso del que tardaba mucho en recuperarse. A veces incluso gritaba. A pesar de todo, ella quería acostarse conmigo. Como mínimo no se negaba. ¿Por qué? Tal vez buscaba el dolor, la ausencia de placer. Quizá quería castigarse de alguna manera. Las personas perseguimos todo tipo de cosas en la vida. Ella, sin embargo, sólo perseguía una: intimidad".
"De vez en cuando la dibujé desnuda tendida en la cama, dibujos que se podían considerar pornográficos. Uno, por ejemplo, era de mi pene dentro de ella, y otro mientras me hacía una felación".
Unas páginas más adelante, el pintor vuelve a recordar uno de los encuentros con sus amantes: "De vez en cuando la dibujé desnuda tendida en la cama, dibujos que se podían considerar pornográficos. Uno, por ejemplo, era de mi pene dentro de ella, y otro mientras me hacía una felación. Los contemplaba con una sonrisa, pero no podía evitar cierto rubor". ¿Líneas como estas son motivo suficiente para levantar semejante polvareda como la que se ha presenciado en China? Las escenas sexuales narradas por Murakami son islotes mínimos, párrafos residuales en la inmensidad de su novela. Y la maquinaria de la censura, ya que por desgracia existe, no debería haberse molestado en envolver tanto libro ni colocado tantas pegatinas de advertencia.