“Pasaje a Oriente” presenta un conjunto de textos de escritores argentinos que se aventuraron por espacios a la vez extraños y fascinantes, como China, Japón, India, Argelia o Jerusalén. En ellos, el viaje configura los relatos más variados, ya sean crónicas, cartas, diarios personales o memorias. Destino inusual en comparación con Europa, Oriente ha servido para diversos fines: interpelar la identidad del viajero, proyectar el futuro nacional o reencontrarse con el misticismo; entregarse a la idealización o a la rebeldía; liberar la fantasía o rendirse a un mundo ajeno.
"El viaje argentino a Oriente es un terreno mucho más propicio para dar lugar a eso que un escritor no debe perder nunca de vista: el desvío y su consecuente desconcierto".
Entre la búsqueda de exotismo del siglo XIX e inicios del XX y la huida del lugar común propia de los contemporáneos se despliegan, en todo su eclecticismo, reflexiones, observaciones y ficciones que ponen en evidencia un desafío compartido: enfrentarse con lo diferente y escribir sobre ello. ¿No es acaso lo que dispara la imaginación histórica de Sarmiento y González Tuñón, y la ficcional de Mansilla, María Martoccia o Matías Serra Bradford? ¿No es lo que provoca el registro punzante de Eduardo Wilde y Martín Caparrós, o el tono circunspecto de Pastor Obligado, Jorge Max Rohde y Rodolfo Rabanal? ¿Cómo entender, si no, las revelaciones de Ricardo Güiraldes y Raúl Rossetti? ¿Y los ejercicios de la memoria de Anna-Kazumi Stahl y Pablo Schanton?
Oriente ha servido para diversos fines: interpelar la identidad del viajero, proyectar el futuro nacional o reencontrarse con el misticismo.
Finalmente, es también el juego de las diferencias lo que, desde la ilusión de lo cotidiano a la traducción imposible, mueve los relatos de María Moreno, Matilde Sánchez y Edgardo Cozarinsky. A través de Pasaje a Oriente puede seguirse un camino raro e infrecuente a lo largo de más de dos siglos. Como dice María Sonia Cristoff en su prólogo, al compararlo con otros viajes: "El viaje argentino a Oriente es un terreno mucho más propicio para dar lugar a eso que un escritor no debe perder nunca de vista: el desvío y su consecuente desconcierto".