Como cada año, millones de devotos de la conservadora sociedad de la India pierden el control en la fiesta más alegre del hinduismo, el Holi, y se lanzan a las calles de las ciudades y aldeas en una aventura de fiesta, para cubrirse con kilos de polvos y tinturas de colores, y venerar a Krishna, el dios del amor, en el día del equinoccio de primavera. «¡Por favor!, un poco más», pide un anciano cargado con una bolsa de polvo de color mientras extiende la mano untada de pintura hasta el rostro de una mujer ya cubierta de pigmentos a la salida del templo del dios Krishna en Vrindavan, el corazón del festival más descontrolado de la India. Una de las historias más compartidas sobre el origen de la celebración, que acontece con la llegada de la luna llena de marzo, habla sobre al travieso dios Krishna y su inmortal amor por Radha, a quien aplicó colores en la cara para oscurecerla, ya que era más clara de piel que él.
Una de las historias más compartidas sobre el origen de la celebración habla sobre al travieso dios Krishna y su inmortal amor por Radha, a quien aplicó colores en la cara para oscurecerla, ya que era más clara de piel que él.
Todas las veredas del pueblo de Vrindavan que bajan en pendiente hacia la carretera principal pareciera que sangraran. Entre las grietas de las baldosas y por las paredes corre el elixir de la locura, agua roja, verde, naranja, rosa o fucsia, que se hace más intensa y abundante mientras más cerca se está del Banke Bihari, el más tradicional templo de la deidad, donde miles de personas entran y salen cubiertos de colores. Tamborileros repican los cueros a lo largo de las calles despertando la algarabía de las miles de personas que caminan apretadas hasta los templos cargadas con agua y gulal, el polvo de colores que se usa para la celebración, a hacer ofrendas y romper en carcajadas al lanzarse las pinturas unos a otros. En la India, estos días no hay forma de escapar de Holi: los grupos de chicos, mujeres, hombres, o ancianos van con las manos llenas de gulal por las calles prestando atención a cualquiera que esté tratando de mantenerse al margen.
Las barreras imaginarias de clase, castas y género quedan disueltas en la euforia de las manos que van y viene con polvos, pistolas de agua y botes de pintura.
Y resistirse al color solo provoca la emboscada de un grupo aún más grande de gente que al ver alguna señal de reticencia, responden al al llamado implícito para descargar todavía más pintura. Los traviesos se aprovechan del tráfico y se cuelan en las líneas de vehículos atascados en las calles para abrir las lonas que cubren las cabinas de los rickshaw, los populares triciclos a motor que sirven de taxi en la India, y pintar a los pasajeros sin escatimar en la cantidad de pintura. Las barreras imaginarias de clase, castas y género quedan disueltas en la euforia de las manos que van y viene con polvos, pistolas de agua y botes de pintura. Como ningún otro día del año, los indios se tocan unos a otros entre risas. Rahul, un vendedor de gulal de Vrindavan, piensa que la cantidad de pintura que se vende y distribuye en estas fechas «alcanzaría para pintar de arriba a abajo a un país pequeño por completo». «En las vísperas de la celebración, yo solo puedo vender hasta 100 kilos de gulal de diferentes colores, y en Holi se puede vender el doble», dice el vendedor que está instalado en la misma calle que otra decena de comerciantes. Los hostales aceptan también el ambiente de Holi, y abren las puertas de los comercios a la fila de huéspedes que van llegado irreconocibles bajo capas y capas de colores. «No hay problema pasa y siéntate, no estás en Europa, esto es India», dice el anfitrión de una posada para invitar a sentarse en el sofá a un turista pintado de azul como un pitufo.