Fuera del radar mediático hasta hace dos años, los fulani, uno de los últimos grandes pueblos nómadas del planeta, están ahora en el centro de la actualidad en el Sahel, una región clave de África subsahariana. Los fulani (también llamados peul o fulbe) son 35 millones de personas dispersas por unos 15 países, desde la costa atlántica de Senegal hasta la densa selva centroafricana. Este pueblo, como todos los pueblos nómadas, fascina y preocupa. Va en contra de los fundamentos de las sociedades occidentales y de las africanas desde su colonización: la sedentarización y las fronteras.
Los pastores recorren los mismos caminos desde hace siglos y mantienen sus tradiciones ancestrales.
Con sus decenas de millones de cabezas de ganado, los pastores y ganaderos nómadas o seminómadas recorren los mismos caminos desde hace siglos, hablan una lengua común -el fula- y mantienen sus tradiciones ancestrales bajo la influencia continua de un islam que tiende a radicalizar la región. Estas rutas históricas de comercio, y de tráfico, que cruzar las fronteras trazadas con cuerda por los imperios coloniales, figuran hoy entre las más peligrosas del mundo. El Sahel se está transformando a gran velocidad en una zona sin ley, con agujeros negros administrativos y mediáticos, donde los conflictos, antaño limitados a países o regiones precisas, como se vio en el norte de Malí en 2013, se desplazan, se hacen olvidar y luego toman por sorpresa a pueblos enteros.
Este pueblo, como todos los nómadas, fascina y preocupa. Va en contra de la sedentarización y las fronteras.
Malí, Burkina Faso y Nigeria están devastados por estos conflictos entre ganaderos y agricultores sedentarios, que ya no consiguen convivir y luchan por su bien más preciado, la tierra. Los primeros para hacer pastar a sus animales, los otros para cultivar sus campos. En ambos casos, para sobrevivir. En estos ciclos de violencia y de revanchas que los grupos yihadistas tratan de instrumentalizar, los fulani son a menudo estigmatizados, responsabilizados de todos los males y de todas las matanzas. Una de las preguntas sin respuestas es qué deparará el futuro a este pueblo, en un mundo construido en contra de los principios que lo rigen, como las tradiciones ancestrales y el nomadismo. Mientras tanto, los fulani se juegan su supervivencia en las grandes problemáticas que transforman hoy en día nuestro planeta: la explosión demográfica, la emergencia de una clase media y de su consumo alimentario, las migraciones, el calentamiento global, la falta de tierras cultivables, el comunitarismo (o tendencia de cada comunidad a establecer sus propias reglas) y el riesgo de la radicalización.