El periodista, cineasta y escritor Fernando Krapp aborda en "Una isla artificial" la historia de japoneses que llegaron a la Argentina escapando de la guerra y habitaron el país sin abandonar la nostalgia por una tierra muchas veces reconstruida, así como la vida de sus hijos y nietos que se abrieron camino en un territorio no exento de adversidades y también de prosperidad. A través de crónicas, Krapp cede la voz a integrantes de esa comunidad que se desempeñan como agricultores, paisajistas, cultivadores de té, tintoreros. En su intensa búsqueda llega a militantes que participaron de la lucha armada en los 70, logrando un conmovedor y dinámico relato que cobra peso literario en las descripciones de climas, gestos y expresiones de los entrevistados. - ¿Cómo surgió la idea de iniciar esta investigación en relación a los japoneses en la Argentina, qué esperaba encontrar? - Hacía tiempo que en mi cabeza venía rondando la idea de hacer algo con una familia japonesa de zona sur. Pensé en una novela, después una serie, un guión de cine, un documental y nada de eso prosperó hasta que Leila Guerriero me propuso hacer un libro de crónicas. Cuando uno escribe esta clase de libros va a tientas, confía en su intuición, se equivoca, descubre detalles que a cualquiera le parecerían irrelevantes pero que para uno son el eje central de una historia. En el fondo, lo que buscaba era encontrarme con gente que tuviera una historia potente para ser puesta en un libro. Y ahí, la definición de "potente" pasa por la sensibilidad de cada uno.
“Hay una relación del porteño medio exótica relacionada con Japón, o lo japonés, en términos de mercancía”.
- Si bien en un primer momento algunos se manifestaban reacios a las entrevistas, luego fueron muy amables y hasta le dieron obsequios, ¿qué evaluación hace de esa conducta? - Se cree desde una perspectiva occidental y prejuiciosa que los japoneses son cerrados, por su historia, por su lengua, por cualquier motivo. Uno de las primeros prejuicios que intenté borrar fue justamente ese. Se trata de personas a las cuales uno pide acceso a su intimidad para llegar al secreto de su historia familiar. Es común que en principio cualquier persona se muestre reacia.También me encontré con gente con ganas de hablar de sus padres, de su familia, de sus conflictos internos. - ¿En qué medida se parecen los japoneses a los argentinos en cuanto a la mirada nostálgica o experiencias de matrimonios convenidos, en el pasado? - El libro plantea a la colectividad como una parte más de la identidad argentina. Los japoneses en la Argentina a lo largo de un siglo de historia fueron hibridándose con la cultura dominante occidental y encontraron en esas mixturas una cultura distinta, que en el fondo no deja de ser una mezcla típicamente argentina. Esa mirada nostálgica tiene que ver con cierta idea bien argentina, también. Pero al mismo tiempo hay algo de reformulación de los códigos heredados que se ponen en práctica en una cultura o una lugar nuevo. Me parece que la diáspora japonesa está inserta en el corazón de nuestra cultura y forma parte de la columna central de nuestra identidad como país. - ¿Cómo llegó a los japoneses que militaron en grupos armados durante los 70 y tienen compatriotas desaparecidos? - A Susana Tamashiro la conocí en la Asociación Japonesa Argentina. Ella trabaja como secretaria de la asociación, a la que decidió volver después de varios años. Me contó de su militancia y del caso de los 17 desaparecidos nikkei, y mencionó el libro de Andrés Asato, que cuando lo entrevisté me dijo que la generación del setenta era la primera que se consideraba a sí misma como argentina y no como sus padres japoneses, porque en cierto modo habían decidido pelear por un país distinto. Me parecía una historia potente, no solo por el tiempo que tardó en ser reconocida, sino por esta idea de lucha asociada a una identidad que se asume. - ¿Considera que la Argentina fue para los entrevistados una tierra de progreso? - Uno nunca sabe qué espera un inmigrante de la tierra que adopta. Hay algo de inconsciencia en irse hasta el otro lado del mundo. El caso de la segunda oleada de japoneses fue distinta porque fueron víctimas de la Segunda Guerra mundial y la migración forzada arrastra otros síntomas. El trauma de las guerras que no ocurrieron en nuestro país, creo, está muy presente en nuestra herencia cultural como un fantasma que tenemos y que sintomáticamente regresa en nuestra vida cotidiana. Muchos encontraron acá un poco de paz para aliviar el dolor. Hay algo curioso y es que los tintoreros emigrados que entrevisté se consideraban a sí mismo japoneses, mientras los floricultores se pensaban como argentinos y japoneses al mismo tiempo. Quizás la relación con la tierra tenga un significado distinto a diferencia de quienes se vieron obligados a trabajar en comercios.
“Uno de las primeros prejuicios que intenté borrar fue que los japoneses son personas cerradas”.
- ¿Los argentinos tenemos una idea distorsionada de la cultura japonesa? - No sé, no sé si incluso los japoneses que llegaron a la Argentina después de la guerra no tienen una idea "distorsionada" sobre el Japón actual, ya que las culturas cambian, mutan o se van disfrazando unas de otras. Lo que hay es una relación del porteño medio "exótica" relacionada con Japón, o lo japonés, en términos de mercancía. Un concepto desarrollado por el crítico cultural Edward Said en su libro "Orientalismo": esa idea que Occidente tiene sobre Oriente como un lugar exótico, diferente, diseñado para sus sueños escapistas o para decorar el baño de una casa con una estampa japonesa. Lo complejo aparece cuando la propia colectividad argentina utiliza esos símbolos o bien ese legado como una moneda de cambio para, por ejemplo, abrir un local de sushi. Me parece que ahí es donde se anuda lo argentino, y ahí es cuando "lo japonés" comienza a ser interesante. - Son muy impactantes las vidas de las sobrevivientes de la bomba atómica y la historia familiar de Pepa Hoshi, habitante en ese pueblo casi desértico del sur mendocino. - La historia de la Pepa Hoshi es una novela aparte. Y por eso es tan relevante en el libro, tan extensa. Tiene todos los condimentos para una novela del siglo XIX al estilo de Charlote Brontë. Tengo una particular afición también por la historia de la familia Nakachi, que cierra el libro, recorre un siglo de nuestra historia y cuenta el conurbano bonaerense desde una perspectiva distinta, lugar donde yo nací y me crié. Un amigo me dijo hace poco: arrancaste hablando de samurais y terminaste hablando de tus amigos del barrio. - ¿Hasta qué punto les interesa a los hijos de japoneses conservar sus tradiciones y por qué? - Me parece que hay más interés por parte de los nietos de recuperar cierta tradición cultural más japonesa. Me interesa también ese traspaso de las tintorerías a locales de sushi, me parece que hay algo nuevo ahí. Aunque hay casos de hijos, como el escritor y fotógrafo Maximilano Matayoshi que escribió una bella novela llamada "Gaijin", y utilizó como fuente directa la historia de su padre. Es una novela de iniciación sobre un japonés que escapa de la guerra y abre una tintorería, y encuentra en la Argentina una posible identidad. También me interesó mucho la historia de Anna Kazumi Stahl, nikkei americana que vive en la Argentina y escribe en español, a pesar de que su lengua natal sea el inglés. Su caso es rarísimo, y su literatura refleja un mundo de cruces, de tránsitos y trashumancia.