Son pinturas en concierto. Son canciones de colores. Son la obra de Yoshitomo Nara, una de las figuras imprescindibles del arte contemporáneo mundial. Nara es conocido, sobre todo, por ser el creador de un ejército de niñas cabezudas y cabezonas, ojos grandes y gesto enfadado que ya son icónicas, que desprenden inconformismo y ternura. El espectador acaba asociando su trabajo con los subculturas japonesas del manga o el anime, aunque el origen sea mucho más laberíntico y entronque con la tradición de las estampas flotantes del ukiyo-é y del mitate-é. Nara, formado artísticamente en Alemania, es junto a Takashi Murakami el gran estandarte del arte contemporáneo japonés. La editorial Phaidon acaba de publicar un catálogo que repasa la trayectoria de este artista cuyo trabajo está muy ligado al Japón postnuclear de su infancia en el norte del país, a la música, a las influencias europeas, al feminismo, y en los últimos años al terremoto y posterior tsunami de Fukushima. Entrevistado a la distancia, el artista japonés reflexiona sobre su futuro como artista y bromea cuando, después de estar pintando durante 20 años a una figura parecida a Mafalda o a Greta Thunberg –menuda, ojos grandes, rictus severo, actitud peleona, melancólica, a veces– aparece le Greta de verdad. “¿He estado pintándola todo el tiempo?”, se pregunta divertido.
"Me convertí en artista, pero no sé si quería serlo. Nunca fui llamando a las puertas de las galerías con mi carpeta de trabajos bajo el brazo".
- Phaidon acaba de publicar algo así como un catálogo raisoné sobre su obra. ¿Qué piensa al verlo? - La doctora Yeewan Koon, la autora, casi me hizo llorar con algunas de sus preguntas. Quería descubrir cómo se desarrolló mi sensibilidad. No sé que significará el libro para los lectores, a algunos les gustarán los textos, a otros las imágenes e incluso alguien pensará “oh, que catálogo más impresionante para decorar mi biblioteca”. Para mí, es un trabajo que ha abierto mis ojos sobre cómo se formó mi sensibilidad y cómo ha evolucionado mi obra. - Igual es una idiotez eurocéntrica afirmar que usted es un retratista en la tradición de Velázquez, Van Gogh o Warhol… - ¡Nunca había pensado en eso! Sin embargo, sí creo que siempre me he esforzado mucho a la hora de pintar los autorretratos de mi yo más interior. Si tuviera que hablar de un artista moderno como referencia, pienso en Giacometti, en la manera filosófica en la que trabajaba. He creado donde me ha llevado mi sensibilidad. - ¿Cómo lidia con el éxito? ¿Es humilde? ¿Cuáles son, si tiene, sus miedos creativos? - Me convertí en artista, pero no sé si quería serlo. Nunca fui llamando a las puertas de las galerías con mi carpeta de trabajos bajo el brazo. En mis días de estudiante me tomé un tiempo preguntándome si esa vida de libertad continuaría para siempre. A medida que fui exhibiendo mi trabajo, y recibí más ofertas, empezaron a llamarme “artista”. En los noventa, cuando trabajaba a media jornada en un restaurante japonés en Alemania conocí a japoneses que también volvieron al país y que frecuento. Mi otros amigos son músicos indie. ¿Humilde? Realmente, no lo soy. Mire… He empezado a ver que el objeto de mi vida no es crear y exponer arte. Hace unos años visité una mina de carbón donde trabajó mi abuelo materno durante la ocupación japonesa de Sajalín, hoy en día Rusia. Allí, en medio de aquellas ruinas, me sorprendí sintiendo que había vivido toda mi vida para llegar a ese momento, a esas ruinas.
"Me gusta estar confinado. Lo único que me duele de no poder salir es no poder viajar a ver a mi madre y celebrar su 88 cumpleaños".
- Hace unos años, era muy rápido empezando y acabando un cuadro. Ahora se toma más tiempo. ¿Instinto contra reflexión? - En los noventa creaba a un ritmo furioso, escupiendo arte día sí día también. Pero después del terremoto de 2011, otras cosas se convirtieron en más relevantes que crear, como disfrutar de la vida lejos del mundillo del arte, viajar, visitar comunidades pequeñas en pueblos perdidos. Desde entonces, mi ritmo creador se ha amortiguado bastante, igual que mi producción y el número de galerías con las que trabajo. Ahora sólo son un par. - ¿Cómo elige un color para cada niña cabezuda enfadada? ¿El uso del color a través de las épocas es algo que le defina? - Últimamente son las cosas que me rodean las que determinan los colores. Por ejemplo, los tonos ambiguos de la naturaleza en ese momento en que el invierno da paso a la primavera; la luz intensa o los aguaceros repentinos del verano; los cambios de tonalidad de las hojas en otoño. Mi color favorito es el blanco, tal vez porque crecí en una región nevosa. Mi habilidad para sentir lo que físicamente no se puede percibir tal vez venga de mi infancia, cuando me pasaba horas y horas mirando por la ventana el paisaje nevado, imaginando objetos invisibles y colores enterrados bajo la nieve. - En los últimos 20 años hemos vivido una revolución eco-feminista: Pussy riot, Femen, #Metoo... Sus niñas cabezudas son como un manifiesto feminista… ¿está de acuerdo? - Tal vez. Por ejemplo, cuando vi que Greta Thunberg apareció en el mundo, pensé: ¿He estado pintado a esta persona todo el tiempo? ¿A esa persona que no había visto hasta ahora? - ¿Qué artistas, músicos, vivos o muertos, querría conocer? Admiro a Neil Young, pero creo que lo mejor es verlo sobre el escenario. A quien me gustaría de verdad reencontrar sería a la gente que habita lo profundo de mi memoria, de mi infancia. La chica del vecindario que me trataba tan bien, o aquel joven que conocí viajando y cuyo nombre ni conozco. Me gustaría verles si tuviera una máquina del tiempo. También los paisajes de mi infancia. - Usted es conocido por cómo la música activa su creatividad ante el lienzo. ¿La pintura sigue teniendo música una vez acabada? - Cuando el trabajo me tiene tan absorto, a veces el LP o el CD acaba y el estudio se queda completamente en silencio sin que me dé cuenta. La música es un detonante que dispara mi creatividad, pero no creo que permanezca. Luego, con la pieza acabada, sigo oyendo la música que más quiero. - ¿Qué escucha estos días? - Antes estaba escuchando a los Better Oblivion Community Center, los Hurray for the Riff Raff, también Camper Van Beethoven, grupos así. - ¿Cómo le cambió el terremoto del 2011? Me abrió los ojos a la historia y a mi región, que está a 100 km de la central de Fukushima. El área costera donde vivo en la actualidad hasta donde nací, en la punta más al norte de Honshu, quedó muy dañada por el tsunami. Durante mucho tiempo no tuve ningún deseo de crear, estaba inundado de tristeza. Volví a mi pueblo para estar con mi madre. Y fue entonces cuando le pregunté por la historia familiar, mis antepasados. De ahí salió mi viaje a Sajalín. ¿Sabe ese título del cuadro de Gauguin ¿De dónde venimos? ¿quiénes somos? ¿Adónde vamos? que coge prestado de la novela Sartor Resartus de Thomas Carlyle? Pues me sirve para volver a despertar, para mirar a mis raíces y a los hechos que me hicieron ser quien soy. Creo que todo eso me conducirá a un nuevo renacer. - ¿Cómo lleva el confinamiento? Vivo en unas tierras de pasto y tengo las montañas cerca. En muy pocas ocasiones me acerco al pueblo, allí hay mucha gente. Me gusta estar confinado en ese sentido. Lo único que me duele de no poder salir es no poder viajar a ver a mi madre y celebrar su 88 cumpleaños. Esa edad se considera muy especial, trae buena suerte en la tradición japonesa. No poder estar con ella me entristece.