Para los budistas de todo el mundo, en general, la celebración religiosa más importante de su tradición es el festival llamado Wesak en el que celebran, coincidentemente en el mismo día, el nacimiento de Siddhārtha Gautama; la fecha de su despertar o iluminación, que lo convertiría en Buda, el Despierto; y la de su partida de este mundo, la llamada “gran liberación”, luego de haber vivido 80 años, entre el 563 y el 483 AC. Las tradiciones budistas más antiguas ubican esta fecha en el mes hindú de Vaishakha y de ahí derivó el nombre de wesak, lo que en nuestro calendario correspondería genéricamente a la luna llena del mes de Mayo, que tuvo lugar el pasado viernes 5/5. En otros países, la celebración se traslada a la siguiente luna llena. El impacto que actualmente tiene el budismo en occidente nos lleva a presentar el espíritu de la filosofía y las prácticas de este ser tan especial en un ciclo que comienza el próximo viernes 12/5 en el Museo Nacional de Arte Oriental, recientemente reabierto al público en el Centro Cultural Borges de la Ciudad de Buenos Aires. Esta tradición viviente nació en India y se desarrolló allí durante sus primeros 1500 años aproximadamente, y paralelamente se expandió con rapidez a todo el sudeste asiático, Sri Lanka, la llamada Indochina, China y Japón. En el siglo XII comienza a desaparecer de India y renace recién en 1959 cuando el Dalai Lama es recibido como refugiado y establece la sede del budismo tibetano en Dharamshala, en el norte de la India, desde donde nuevos focos de práctica budista se han reestablecido en India, aunque su presencia relativa entre los 1400 millones de indios es minoritaria. Pero durante todos los primeros 1000 años, el budismo se desarrolló en India imbuido de la atmósfera espiritual y estética de toda la cultura india: hindú, jainista y propiamente budista, influenciando y siendo influenciado por sus culturas hermanas, proceso tan característico a lo largo de la historia de la India, y que es una de las razones de sus múltiples riquezas y tolerancia interracial e intercultural. Por ello conocer el desarrollo de su arte habla tanto del budismo como de la India.
Como todo el arte de India, el budista también es un instrumento de enseñanza, invocación y presencia de una visión sagrada de la vida.
Entre el 320 y el 470, en apenas 150 años -lapso particularmente exiguo para una cultura varias veces milenaria como la India- se gestó durante la dinastía de los Gupta un estilo de decisivo esplendor en todas las artes. Tan amplio como su desarrollo territorial fue su influencia en los siglos por venir. Los Gupta reinaron en todo el norte de India, desde el Punjab y el río Indo al Oeste hasta el delta del Ganges en el este, y desde los Himalayas hasta la línea media del Decán. Propiciaron y fomentaron la arquitectura, la escultura, la danza y la poesía, junto a las diversas ramas de la ciencia, hasta un grado de excelencia. El sánscrito, y con él las grandes épicas del Ramayana y el Mahabharata, quedan cristalizados como eje de la cultura hindú. El gran poeta Kalidasa fue sólo la más visible del Navaratna: las nueve joyas poéticas del imperio. El peregrino chino Fa-Hsien, que visita la India entre el 405 y el 411, alaba la prosperidad y justicia del reino, junto a su eficiente administración, el desarrollo de sus ciudades, con universidades y hospitales inusuales en su época. Aunque identificados con el culto tradicional hinduista, sus principales regentes a partir de Chandragupta I promovieron la convivencia interreligiosa, expandiendo no solo la cultura hindú al Extremo Oriente, sino haciendo prosperar junto a ella el budismo, con el sello sincrético característico que ambos presentan aun hoy día en los países de Indochina e Indonesia. Al contemplar sus grandes creaciones reconocemos el estilo del arte gupta: “la pureza de sus líneas y formas, el equilibro de las masas y la medida armónica de las proporciones”. Sarnath, un pequeño poblado situado a 11 km al noreste de la sagrada ciudad de Benarés -hoy Varanasi- ha sido desde siempre uno de los principales destinos de presencia y peregrinación budista. Es allí en que por primera vez Buda compartió con un grupo de cinco austeros ascetas que alguna vez fueran sus compañeros, el fruto compasivo de su iluminación. Luego de haber vivido entre lujos de palacios y prácticas ascéticas de extrema rigurosidad, el joven Siddhartha, antiguo heredero al trono del reino de los Shakya, encuentra la realización espiritual en la segunda mitad del Siglo VI AC, bajo el árbol bodhi en la actual Bodhgaya, en las inmediaciones de la ciudad de Gaya. Convertido en Buda, el iluminado, su enseñanza -denominada dharma en la tradición budista- quedará cristalizada en el Sendero Medio, que enuncia junto a las 4 Nobles Verdades en el llamado Sermón de Benarés.
El Museo Nacional de Arte Oriental cuenta con una copia fundida en bronce y patinada de una de las más excelsas creaciones de los Gupta: la Estela del Buda sentado predicando.
Como todo el arte de India, el budista también es un instrumento de enseñanza, invocación y presencia de una visión sagrada de la vida. Y serán los escultores los llamados a transmitir esa serena y a la vez intensa presencia del Iluminado que moviliza en vida a las multitudes desencantadas del hinduismo decadente de la época. El Museo Nacional de Arte Oriental cuenta con una copia fundida en bronce y patinada de una de las más excelsas creaciones de los Gupta: la Estela del Buda sentado predicando. Tan decisiva será la representación Gupta de Buda que en esta pieza podemos apreciar lo que se convertirá en el modelo clásico para vastas regiones del Asia budista. Esta pieza ha sido elegida por Gustavo Canzobre para comenzar el ciclo “Arte y espiritualidad: India en la colección del Oriental”, organizado por el museo y con el aval de la Embajada de la India en Argentina y de la Fundación Hastinapura. A través de actividades bimestrales y con la presencia de sus las piezas del museo, los asistentes serán introducidos en los fundamentos de la cultura y espiritualidad de la India. En esta primer actividad serán testigos de la alegría y serenidad que proyecta la serena sonrisa de los labios de Buda, que sigue iluminando luego de 2500 años las vidas de cientos de millones de almas a lo largo de todo el planeta.