El show también debe seguir con Confucio

La película de la directora Hu Mei, protagonizada por el actor Chow Yun Fat, fue uno de los primeros pasos del cine chino en su intención de llegar a las grandes masas con una oferta de espectáculo y pedagogía. 
Fuente: Revista Instituto Confucio - 2017-03-21
El cine y el mundo que lo rodea son muchísimas cosas: espectáculo, negocio, arte, ciencia, técnica, política y pasatiempo. Y si su naturaleza es múltiple, sus efectos son infinitos. Uno de ellos es la capacidad para hacernos reflexionar, mostrándose como una herramienta muy poderosa a la hora de hacer filosofía. A lo largo de la historia cinematográfica hemos observado reflexiones de gran complejidad y profundidad sobre la naturaleza humana realizadas en numerosas películas con mejores y peores resultados, como en “La naranja mecánica” (1971), del director estadounidense Stanley Kubrick, o “Todo va bien” (1972), del francosuizo Jean-Luc Godard. Así, pues, el cine también es una forma de filosofía. Dudar de ello es cerrar los ojos a una realidad incuestionable.

En este marco se inscribe “Confucio”, la película estrenada en China en 2010. Para su época fue una gran producción, con un presupuesto de más de 15 millones de euros. Y quizás se haya convertido en uno de los mayores esfuerzos en cuanto a difusión y promoción que se haya llevado a cabo en la historia del cine de la República Popular China. Solo para su mercado interno se realizaron 2.500 copias oficiales, lo que significa que casi cada sala de cine del país cuenta contó con una reproducción.
El presupuesto de la película superó los 15 millones de euros y sólo para el mercado chino, se realizaron 2.500 copias oficiales del filme. Casi todos los cines del país contaban con una reproducción.
La dirección del proyecto estuvo a cargo de Hu Mei, una realizadora poco conocida fuera de las fronteras chinas. Por su formato, la película se acercó al denominado Star System —método empleado durante la edad dorada de Hollywood en el que contrataban actores con exclusividad y a largo plazo-, siendo los propios actores los que atraían al público a las salas. Esto puede advertirse con cada aparición en pantalla de Chow Yun Fat —mito del cine Made in Hong Kong—, protagonista de películas de la talla de “Ana y el Rey”, “Tigre y Dragón”, “La maldición de la flor dorada” o “Los niños de Huangshi”. Pero no está solo; numerosos actores de nivel y reputación dentro de las fronteras chinas como Zhou Xun —”Balzac y la joven costurera china”  o “La educación del amor y la muerte” — o Chen Daomin — “Aftershock” — se desenvuelven con soltura en sus respectivos papeles proporcionando una base representativa para que el personaje principal pueda mostrar toda su grandeza.

La acción de la película plantea diferentes episodios en la vida de Confucio: como padre, como maestro, como filósofo, como político o como estratega, y cómo su implicación en la política del momento lo condenó al ostracismo, una situación que sobrellevó con resignación a lo largo de su vida, siempre pensando en volver, pero nunca renunciando a sus principios.
No es pues un largometraje destinado a un círculo minoritario, sino más bien un producto de amplio espectro, una obra didáctica y de entretenimiento producida para las grandes masas.
Esta película no se trata de una historia total sobre Confucio y su filosofía. Nada de lo que se cuenta en ella acerca de la vida o las reflexiones del filósofo superan lo que en un libro dedicado a Confucio pueda decirse. Pero esto no se debe a la incapacidad de su directora o a un guión fallido, sencillamente ésas no son sus pretensiones. No es pues un largometraje destinado a un círculo minoritario, sino más bien un producto de amplio espectro, una obra didáctica y de entretenimiento producida para las grandes masas. 

El objetivo es acercar la figura de Confucio lo máximo posible, convirtiendo sus enseñanzas en algo accesible gracias a la mezcla de reflexión, amor, costumbrismo, épica, aventura y drama, mostrando en todo momento a un maestro humano y cercano. Así pues, la película fue uno de los primeros intentos de cristalizar todo lo que la ola del cine chino estaba dispuesta a ofrecer al mundo: espectáculo y pedagogía.

Como dijo ingeniosamente J. Rubin, activista anti-imperialista en los años 60 en los Estados Unidos: “La revolución tiene que ser también divertida, o no será”. La filosofía debe pues aplicar este principio, siendo la película Confucio un buen ejemplo de cómo hacerlo.