La República Popular China quiere enviar una sonda a la Luna, pero la búsqueda en el espacio de su reconocimiento global va mucho más allá. Sus escritores también imaginan sus propios viajes a las estrellas. Y lo hacen a lo grande. El que más se animó hasta ahora es Liu Cixin, el autor de la ambiciosa “Trilogía de los tres cuerpos”, el tercero de cuyos volúmenes, “El fin de la muerte”, acaba de ser traducido al español después de “El problema de los tres cuerpos” y “El bosque oscuro”. Liu Cixin fue el primer escritor chino en ganar el premio Hugo a la mejor novela de ciencia ficción. Se ha convertido en un fenómeno millonario en su país y en el mascarón de proa, junto con el sino americano Ken Liu, de la nueva ciencia ficción china. ¿Pero hay algo más? Pues sí. Una ambición enorme que “El fin de la muerte” alcance límites cósmicos jugando con el fin de la expansión del universo y la especulación sobre dimensiones, hasta llevar el tema del “first contact” entre humanos y extraterrestres a niveles de atrevimiento similares al “2001” de Arthur C. Clarke, el recuperado “Contacto” de Carl Sagan o la película “Interstelar” de Christopher Nolan. Agregar una referencia cinematográfica no es casual: junto con la precuela de “El señor de los anillos”, la adaptación de la trilogía de Liu Cixin, con un presupuesto de 1.000 millones de dólares, es una de las apuestas principales de Amazon Prime para competir en el terreno de las series con Netflix y HBO.
Según Liu Cixin, la ciencia ficción “se convirtió en una herramienta de propaganda para los chinos que soñaban con un país fuerte y libre de depredadores coloniales”.
Mejor pasar desapercibidos “El problema de los tres cuerpos” da inicio a la aventura de la humanidad que siglos más tarde remata “El fin de la muerte”. Cuenta la historia de una astrónoma china que comete la irresponsabilidad de lanzar una señal al espacio, delatando la existencia de una civilización inteligente en la Tierra. Error. El universo es un bosque oscuro lleno de depredadores, y delatarse haciendo ruido no es lo más prudente. “Como responsabilidad hacia nuestra propia civilización debemos ser conservadores. El ejemplo es el de los propios humanos: cuando dos civilizaciones se encuentran, la más débil tiene todas las de perder, como sucedió cuando España conquistó América", explicó Liu en su última visita a España. Es precisamente con este argumento que se suceden 1.800 páginas, con varias novelas dentro de una gran novela. Es preciso advertir que no todas estas novelas son igualmente digeribles para el lector occidental. Liu Cixin brilla al describir un videojuego que sirve de contacto con la civilización extraterrestre de Trisolaris, en la reconstrucción de qué formas de vida podrían desarrollarse en un planeta anclado a un sistema de tres soles en órbitas impredecibles, en los recuerdos de la Revolución Cultural, en la brutal imaginación que demuestra al pensar en los posibles cambios sociales que pueden desencadenar, en el descubrimiento que la invasión alienígena llegará inevitablemente al cabo de cuatro siglos, en los combates en el Sistema Solar y más allá, en las mil y una soluciones imaginadas para hacer frente a la amenaza, y en el descubrimiento de las consecuencias de que en ese bosque oscuro no haya solo un depredador sino muchos, pero muchos. En fin, demasiados aciertos para una obra impresionante. Aparte de elementos de ‘thriller’ conspirativo, el autor apela al estoicismo unidimensional de algunos personajes y a la creación de conceptos que suenan a ideograma intraducible (“ataque de bosque oscuro”) o a desviación revisionista que te lleva al campo de reeducación (los “escapistas”). Incluso en estos momentos la novela pueden tomarse como una incursión a la mentalidad del gigante asiático en pleno proceso de transformación.
"Quizás los lectores occidentales puedan leer ciencia-ficción china y experimentar una modernidad china alternativa que les inspire para imaginar un futuro alternativo”, concluye Xia Jia.
La nueva ciencia ficción china Se trata de una experiencia en la que no está solo Liu Cixin. Su traductor al inglés es el también escritor Liu Ken, autor de “Planetas invisibles” (Runas), una antología de la ciencia ficción china. También se destacan los relatos de Ma Boyong y su mezcla de tradiciones milenarias y fantasía, Hao Jingfang, representado con un cuento distópico y otro cercano a Italo Calvino, la surrealista Tang Fei, el onírico Cheng Jingbo, el postciberpunk Che Qiufan y la más literaria Xia Jia. En este contexto, Liu Ken pide a los lectores que los textos de ciencia ficción no se lean en clave de crítica camuflada al régimen. Al menos, no sólo como tales. “Como el resto de escritores de cualquier parte del mundo, los autores contemporáneos chinos están interesados en el humanismo, la globalización, los avances tecnológicos, la tradición y la modernidad, las desigualdades en riqueza y privilegios, la mejor y conservación del medio ambiente, la historia, los derechos, la libertad y la justicia, el amor y la familia, lo hermoso de expresar sentimientos a través de las palabras, la grandeza de la ciencia, la emoción de los descubrimientos o el significado de la vida misma. Flaco favor le hacemos a la obra si no nos centramos en estas cosas y lo hacemos solamente en la geopolítica”, argumenta el autor. Aunque, en realidad, muchas veces resulte difícil separar la política de la evolución de este tipo de obras. Según Liu Cixin, desde el origen del género con “New China”, de Lu Shi’e (1910), la ciencia ficción “se convirtió en una herramienta de propaganda para los chinos que soñaban con un país fuerte y libre de depredadores coloniales”. Se trata de una tendencia que vuelve a surgir en su nueva ola de autores después de que durante el comunismo. Para Xia Jia, la ciencia ficción “como rama de la literatura socialista, fue la responsable de divulgar el conocimiento científico, además de describir un bello plan de futuro”. Crítica disimulada “Enfrentado a la realidad absurda de la China contemporánea, el autor no puede explorar ni expresar por completo las posibilidades de la extrema belleza y la extrema fealdad sin recurrir a la ciencia-ficción”, escribe en cambio el más crítico Chen Qiufan, que lamenta que “entre la sensación de fracaso individual y la llamativa exhibición de prosperidad nacional existe un abismo insalvable”. Si las microfantasías de los chinos de a pie “se estrellan”, reflexiona, “la macrofantasía continúa imbatible”. “Al leer ciencia-ficción occidental, los lectores chinos descubren los miedos y las esperanzas del Hombre, del moderno Prometeo, sobre su destino, que es también creación suya. Quizá los lectores occidentales puedan leer ciencia-ficción china y experimentar una modernidad china alternativa que les inspire para imaginar un futuro alternativo”, concluye Xia Jia.