El taller del escultor taiwanés Lin Hsin-lai contiene un tesoro: miles de estatuas de seres celestiales a las que ha dedicado la vida, restaurándolas tras ser abandonadas por sus dueños. En su taller, todas las divinidades se codean: desde la diosa del mar Mazu hasta el aterrador Guan Yu, un dios de guerra con cara roja venerado por la policía y los gangsters, hasta criaturas menos conocidas como un guardián espiritual con forma de tigre. "Es una lástima que las estatuas de las representaciones divinas sean abandonadas de esta manera, algunas incluso acaban azotadas por el viento y la lluvia", lamenta Lin, antes de bendecir a algunas de ellas. "Las considero como una herencia cultural. Cada una tiene una historia", explica el escultor, que a veces tiene dificultades para moverse por su casa, invadida por estatuas de todos los tamaños. En Taiwán, las representaciones divinas están en todas partes, desde los templos hasta las casas, pasando por los parques y oficinas. Las dos principales religiones de la isla, el budismo y el taoísmo, veneran a una multitud de dioses, encarnaciones y deidades populares. Pero muchas acaban abandonadas por sus dueños. Por eso hace más de 40 años Lin, de 61 años, se propuso restaurar cualquier estatua abandonada y encontrarle un lugar en su casa.
Desde que empezó, Lin Hsin-Lai ha restaurado unas 20.000 representaciones de dioses, de las cuales pudo encontrar comprador para un 15 por ciento.
Veneradas de nuevo Este escultor de formación estima que ha salvaguardado unas 20.000 desde que empezó. La mayor oleada de abandonos se remonta a unos treinta años. Por aquel entonces los jugadores tiraban estatuas mutiladas, tras probar suerte en loterías clandestinas. "Nueve de cada diez jugadores habían perdido de antemano", recuerda Lin, "pero culpaban a los dioses y desataban su ira tirando e incluso deteriorando las estatuas. Salvé a unas cuantas que no tenían cabeza ni brazos", dice. Hoy en día también son abandonadas, pero algunos propietarios quieren deshacerse de ellas ofreciéndoles un nuevo hogar y llaman a Lin. Con frecuencia son jóvenes taiwaneses no creyentes o que han abrazado otra religión y quieren quitarse de encima este patrimonio familiar. Un día Lin recogió unas 700 estatuas pertenecientes a la familia de un coleccionista fallecido. Para él lo más difícil es "encontrar un nuevo techo para que estas deidades puedan ser veneradas". Lin recuerda con emoción el día que reparó su primera estatua: una figura de la deidad guerrera San Tai Zi abandonada cerca de un río. Otro de sus mejores recuerdos es haber salvado una representación del dios de la tierra Tu Di Gong que un anciano había pescado en el mar. Una vez restaurada, el hombre la instaló en el altar familiar.
Las dos principales religiones de la isla, el budismo y el taoísmo, veneran a una multitud de dioses, encarnaciones y deidades populares.
Una crisis divina Lin sólo encontró comprador para unas 3.000 de sus esculturas, o sea el 15% de la colección. "Hay más gente que quiere deshacerse de ellas que cobijarlas. Recibo casi todos los días llamadas sobre estatuas que se han vuelto indeseables", lamenta. Lin tiene dificultades para encontrar espacio para su colección. Las estatuas han invadido su taller, su estudio y un almacén situado en el condado de Taoyuan, al norte. Abre las puertas de su taller para las excursiones escolares y ha prestado estatuas para rodajes de películas. Este año prevé presentar en una galería unas mil estatuas de la diosa de la misericordia Guan Yin en la ciudad de Taoyuan, donde reside. En Taiwán sólo hay un puñado de artesanos que, como él, están capacitados para restaurar estas esculturas. Él empezó a los 17 años con otros veinte aprendices, pero sólo uno de sus compañeros ejerce todavía el oficio. Cada vez menos taiwaneses quieren tener una representación de deidades en casa y aquellos que lo desean prefieren comprarlas en el extranjero. "Es un sector en declive", comenta suspirando. "Ninguno de mis tres hijos quiere seguir mis pasos. Así que tengo que continuar todo el tiempo que pueda". Lo hará aunque sea "solo", porque es más fuerte que él: "No soporto ver estatuas de dioses abandonadas".