Casi todos los empleados perdieron su casa. El empleado y el veterinario desaparecieron con sus familias. Pero en la provincia turca de Hatay, desolada por el terremoto de febrero, la "seda de la paz" recompone los vínculos. "Me he tenido que motivar para ponerme de nuevo en marcha", asegura Emel Duman, de 57 años, que estira entre sus dedos una pelotita de color marfil de una suavidad inusitada. Estos capullos amarillos, que le permiten hilar y tejer seda natural, son el proyecto de su vida. Como su casa quedó destruida, vive con su familia en su cooperativa en las tierras altas de Antakya, donde se desplazaron un centenar de personas que lo perdieron todo menos la vida en este terremoto que dejó al menos 50.000 muertos en el sur de Turquía. "Aparte del taller, todo se hundió. Es difícil volver a empezar", afirma la mujer. Antes del desastre, la cooperativa Apollon empleaba unas 70 personas, la mayoría mujeres que a menudo trabajaban desde sus casas. Solo un puñado volvió, entre ellas esta costurera. Cuando Emel Duman empezó hace 25 años, esta provincia fronteriza con Siria, en una de las antiguas rutas de la seda, había olvidado el oficio: se seguía tejiendo pero los capullos blancos se importaban de China.
El gusano se convierte en oruga, perfora el capullo que ha confeccionado y la atrapa y finalmente emprende el vuelo como mariposa.
El distintivo del capullo de seda de Hatay es su color amarillo, explica Emel, que ha localizado al último criador de gusanos de seda endémicos 'bombyx mori'. Estos insectos se han convertido en su obsesión: su marido Fikret asegura que habla con ellos. "Es como con las especies vegetales, hay que luchar contra la pérdida de biodiversidad", avanza. En un terreno árido y pedregoso, ella y su esposo plantaron sus primeras moreras, unos árboles frágiles y exigentes que riegan día y noche. Ahora, sus 15.000 árboles le permiten alimentar a miles de larvas blancas, que se crían a la sombra en grandes bandejas de madera. Si se escucha con atención se puede escuchar el crujido de las hojas secas mientras las devoran. "Una sinfonía de orquesta, la música más bonita del mundo", afirma Fikret Duman, que acaba de extender una nueva capa espesa de hojas recién recogidas. Paciente, Emel Duman deja que la naturaleza siga su curso: el gusano se convierte en oruga, perfora el capullo que ha confeccionado y la atrapa y finalmente emprende el vuelo como mariposa. Fue trabajando con expertos en sericultura de la Universidad Mustafa Kemal de Hatay y otros de Izmir (oeste) que aprendió el término indio de esta seda producida sin dolor: "la seda de la paz". "La industria escalda el capullo para matar al gusano", explica. En la cooperativa "obtenemos de cada capullo de 1.400 a 1.700 metros de seda", dice su hija Tugce, de 32 años y graduada en ciencias del textil y diseño. "Pero no podemos usarlo todo debido al agujero que estropea los filamentos", agrega.
Cuando Emel Duman empezó hace 25 años había olvidado el oficio: se seguía tejiendo pero los capullos blancos se importaban de China.
El trabajo de la seda decayó poco a poco en la provincia tras el fin del Imperio otomano a principios del siglo pasado. Emel todavía recuerda que antes, para el matrimonio, las jóvenes recibían su ajuar en seda. Desolada por el sismo del 6 de febrero "tan violento que pensaba que no había ningún superviviente" y la pérdida de primos y sobrinos, después centrada en ayudar a familias que lo necesitaban, Duman lucha ahora para relanzar la producción. Recibió el apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que ya ha derivado hacia su cooperativa a refugiadas sirias. También solicitud una denominación reservada para proteger "la seda de la paz de Hatay". La zona lo necesita. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que respalda una campaña de contratación de mujeres, 350.000 personas estaban empleadas en casi 3.000 empresas textiles en las provincias devastadas por el terremoto. Ahora, estas cifras se redujeron a la mitad.