Bienvenidos al barrio de la luz. Ese lugar de altos cementos cuyas ventanas silban cuando el aire de la tarde se cuela por ellas. Ese lugar que es edificio y es colmena, y que vigila desde las afueras de alguna ciudad importante de Japón. Allí, en recovecos que son apartamentos diminutos, viven centenares de familias a las que quizá no les importaría firmar esta frase de Albert Camus: “Todos los hombres sanos han pensado en su suicidio alguna vez”. Apiñados, cansados, atados a la arrolladora monotonía de la gran urbe y del trabajo, deprimidos y angustiados por la imposibilidad de cumplir sus sueños o simplemente tristes, ¿cómo no iban a estar tristes si la única ventaja que les otorga habitar el barrio más alto y luminoso de la ciudad es la de poder caer al suelo desde un edificio muy alto en el caso de que un día quieran arrancarse la vida? Arrancarse la vida, sí. Arrancársela como quien se desprende con dolor de una curita. Como quien se quita una prenda empapada en sudor. O simplemente como quien, muy consciente de lo que significa la muerte, decide caminar hacia ella porque la vida ha dejado de tener sentido ya. Un barrio entre la vida y la muerte Por esto, los habitantes de “el barrio de la luz" son a la vez los inestables personajes de ficción que conforman el libro homónimo del mangaka Inio Asano —publicado recientemente en Norma Editorial—, así como las miles de personas que a lo largo del año se suicidan en Japón.
En recovecos que son apartamentos diminutos, viven centenares de familias a las que quizá no les importaría firmar esta frase de Albert Camus: “Todos los hombres sanos han pensado en su suicidio alguna vez”.
Concretamente fueron 21.897 las que se suicidaron en 2016, según datos del ministerio de salud nipón. 21.895 personas. Una cifra escalofriante y, sin embargo, la más baja tras siete años consecutivos de descenso, siendo el año 1998 el más terrible de su historia reciente, con 30.000 muertes voluntarias registradas por el mismo ministerio. Conociendo estos datos no resulta extraño encontrarse con algunas películas y mangas producidos a principios de los 2000 en los que la temática del suicidio predomina. Historias como la del "Club del suicidio" (Milky Way Ediciones), llevada al cómic por Usamaru Furuya, y considerado un relato tan macabro como realista de la muerte voluntaria adolescente. Entre la enorme producción de este tipo de productos culturales centrados en el suicidio se encuentra también el manga ya mencionado de Inio Asano. Uno escrito en 2004 y publicado originalmente en 2005, pero que no fue traducido al español hasta que la firma del autor se hiciera popular con obras como "La chica a la orilla del mar" (Milky Way Ediciones) o "Buenas noches Punpun" (Norma Editorial). En "El barrio de la luz" el punto de vista sobre la muerte no es macabro ni sangriento como lo pueda ser en otros cómics que abordan el tema. Más bien todo lo contrario. En él las figuras mágicas y las metáforas se repiten página a página. De hecho, Asano hace uso de la poesía para enlazar los capítulos y las ideas, y su voz como narrador recuerda a la de un hombre que recuerda, casi lamentándose. Y en este lamento o poema es donde se desarrollan las historias de los habitantes del barrio luminoso. Existencias insignificantes de personas que quieren siempre algo que nunca van a tener —amor, fama, una familia, un simple motivo— y para quienes desaparecer es una opción tan válida como mudarse, tener un hijo, dejar a una pareja o cambiar de rumbo.
Que en la cultura japonesa exista una fascinación tan grande por la muerte voluntaria se debe, entre otras cosas, a que tanto para vivir como para morir, los humanos debemos ser merecedores de ello.
Cuenta Inio Asano que cuando escribió "El barrio de la luz" —una de sus primeras obras, además, creada antes de la fama— se encontraba en recuperación de un accidente cuyas causas no desvela. En epílogo de este manga reconoce que si algo le ha mantenido a salvo es precisamente el hecho de escribir. Para Asano, imaginar historias y dibujarlas es sinónimo de supervivencia, y quizá sea el hecho de crear lo que le hace digno de estar todavía en la tierra. Precisamente, que en la cultura japonesa exista una fascinación tan grande por la muerte voluntaria se debe, entre otras cosas, a que tanto para vivir como para morir, los humanos debemos ser merecedores de ello. Historia de un país a través de sus suicidas En el ensayo "La muerte voluntaria en Japón", escrito por el francés Maurice Pinguet y publicado originalmente en Francia en 1984 —en español hemos tenido que esperar a 2017 para leerlo a través de Adriana Hidalgo Editora— descubrimos todos los significados del suicidio en Japón. Porque el “arte de quitarse la vida” en la sociedad nipona no tiene nada de nuevo. Mucho antes de llegar a los más de 30.000 suicidios de 1998, su cultura ya albergaba poemas, novelas, leyendas y múltiples referencias a esta manera de morir desde siglos pasados, y Japón ya estaba considerado como uno de los países con mayor número de suicidios registrados del mundo. Podría decirse, sobre todo tras adentrarse en el libro de Pinguet, que narrar la la muerte voluntaria en Japón es lo mismo que contar la historia general de este país. Sus gustos, sus obsesiones, sus fobias, su política, su relación con la religión, con el amor o con el sexo, su trabajo, su gastronomía, su literatura, su arte, sus pesadillas: todas esas cosas guardan relación con la muerte, quizá porque en su cultura esta muerte no está menospreciada en comparación con la vida.