Los que crean que la principal atracción turística de Mumbai es visitar los estudios de Bollywood están equivocados. Porque en realidad, el verdadero espectáculo no transcurre en el cine, sino que se exhibe a lo largo del Colaba Causeway Market, uno de los mercados populares más importantes de la India. Ubicado a escasas cuadras del tradicional “Gateway of India”, el mercado de Colaba se extiende a lo largo de varias calles de la zona sur de Mumbai. Está abierto los 365 días del año, de 10 a 22, con un promedio de unos tres mil visitantes diarios, cifra que se multiplica los fines de semana. Recorrerlo es una experiencia en sí misma, por el abrumador contraste entre la incesante circulación de dinero y el también incesante desfile de mujeres y niños pidiendo algunas migajas de ese efectivo. En el Colaba conviven negocios de las marcas occidentales más conocidas, con decenas de puestos callejeros en los que se puede encontrar literalmente de todo. Desde artesanías, especias y prendas de vestir hasta zapatillas truchas, imágenes de dioses desconocidos, sahumerios de dudosa calidad, telas para saris, exóticos adornos, dulces jamás probados y antigüedades recién salidas de fábrica. “Los que viajan a la India muchas veces no quieren ir a un shopping como el de sus países, con aire acondicionado y hamburguesas de McDonald´s. Prefieren morirse de calor, pero conocer los lugares donde realmente va a comprar la gente común. Porque el que viene a Mumbai suele buscar una experiencia diferente, algo inolvidable, una actividad que le permita estar en contacto con nuestra cultura”, explica Clayton Meneses, uno de los asesores turísticos del majestuoso Taj Mahal Palace Hotel.
En los puestos callejeros todo se resume a una vertiginosa sucesión de empujones, gritos, olores e invitaciones a tocar y comprobar que los mejores productos del Planeta India pueden estar al alcance de un puñado de rupias.
Precisamente, parte del contraste de esos dos mundos se expresa en el mercado Colaba. Mientras en los negocios tradicionales los clientes suelen ser bienvenidos con una botellita de agua mineral o una taza de té de la India, en los puestos callejeros todo se resume a una vertiginosa sucesión de empujones, gritos incomprensibles, olores indescifrables e invitaciones a tocar y comprobar que los mejores productos del Planeta India pueden estar al alcance de un puñado de rupias. Y ahí, cuando se empieza a hablar de rupias, sube el telón del verdadero espectáculo del Colaba. El color del dinero marca el comienzo de un viaje sin escalas a la inusual experiencia de regatear precios, como si el destino de la humanidad dependiera del hecho de conseguir un buen descuento. “Es nuestra forma de vender – explica Ranjit, el “dueño” de un puesto de libros – y no me enojo si me ofrecen la mitad de mi precio. Si es gente de la India no podemos pedirles mucho, pero si son extranjeros cambia todo. Lo único que me importa es vender”. Hacerse el ofendido ante alguna contraoferta, ofrecer una calculadora para que el cliente anote su “mejor precio” y hasta perseguir por la calle a los más difíciles, forma parte del decálogo del vendedor indio. Del otro lado, está comprender las reglas de un juego cultural y animarse a regatear a menos de la mitad del precio original y, hermosa fantasía, creer que se ganó la pulseada. “Por dos elefantes de madera me pedían 1200 rupias, pero se los saqué por 500. Baratísimo”, se escuchó decir a un periodista latinoamericano mientras regresaba orgulloso a su hotel.
Del lado de los turistas está comprender las reglas de un juego cultural y animarse a regatear a menos de la mitad del precio original y, hermosa fantasía, creer que se ganó la pulseada.
Lo concreto es que más allá de regateos, negociaciones o como quieran llamarlo, los precios suelen ser sustancialmente menores a los de otros comercios de la ciudad. Por ejemplo, una caja de 100 sahumerios puede conseguirse por 100 rupias (26 pesos), 200 gramos de pimienta negra por 300 rupias (78 pesos), una caja de 100 saquito de té de la India por 168 rupias (44 pesos), un pantalón por 700 rupias (182 pesos), y 150 gramos de una especie de garrapiñada, pero más grande y rica, por 60 rupias (15 pesos). “¿Hachís, marihuana, algo otro más?”, ofrecen jóvenes en un precario inglés. “Dólar, precio dólar”, comenta a la pasada otro hombre, como si fuera un arbolito del microcentro porteño. Sin palabras pero llevándose la mano a la boca, una mujer con un bebé en brazos pide dinero a los turistas que, cargados de souvenirs, miran para otro lado y tratan de esquivarla. Todo forma parte del Mercado Colaba de Mumbai, un lugar diferente que no figura en las guías turísticas de la India.